Escritor

Hace poco visité Torrecillas de la Tiesa, un pueblo donde nunca había estado pero del que había oído hablar a algunos amigos que son de allí, y a mucha honra. Me llevó el deseo de conocer in situ uno de los proyectos que ha merecido el Premio de Fomento de la Lectura de Extremadura. Ana Nebreda, su responsable, trabaja en el colegio público "María Lluch". Apenas llegué, me condujo hasta la biblioteca, una de las bibliotecas escolares más completas, vivas y ordenadas que conozco. También de las más bonitas: llena de luz y de libros. Por desgracia, no abundan. Por eso éste y otros lugares parecidos empiezan a ser motivo de peregrinaje de profesores, maestros y miembros de equipos directivos dispuestos a implantar, pese a todo, bibliotecas bien dotadas en sus centros, susceptibles, por añadidura, de convertirse en el motor del desarrollo intelectual del mismo, en la sala de máquinas de esa compleja industria educativa que toda escuela es.

La necesaria afluencia de ordenadores a los colegios e institutos, con todo lo que ese desembarco conlleva, ha frenado, siquiera sea momentáneamente, otros procesos. El de la lectura, por paradójico que parezca, es uno de ellos. Programas como el de las bibliotecas escolares o el de prensa en la escuela, imprescindibles en esos ámbitos donde se ganan o se pierden los lectores para siempre, deberían volver a implantarse con la energía y los medios que merecen. Más pronto que tarde. Máxime cuando todos estamos de acuerdo en que difícilmente se puede abordar la revolución tecnológica sin la formación de buenos lectores, personas competentes en lo que al dominio de la lectura se refiere, aptas para procesar, como es debido, la avalancha de información con que Internet nos inunda. Para eso se puso, entre otras razones, el mencionado plan en marcha.

Ya sé que la voluntad mueve montañas y que el sitio para ubicar la biblioteca, si no la hay, se encuentra, y que los fondos, con esfuerzo, se pueden ir actualizando, arañando como sea el presupuesto. Pero convengamos que también será preciso que se tenga la debida consideración profesional para con los docentes que, no sin horas y horas de dedicación, muchas veces fuera de su prescriptivo horario laboral, se encargan de mantener los libros recogidos, catalogados y a punto, los programas informativos al día y que, para colmo, organizan, como cualquier bibliotecario que se precie, actividades de fomento y animación lectora con sus usuarios, esto es, los alumnos.

Un lugar adecuado, unas estanterías bien surtidas y un profesional preparado al frente (con el respaldo de sus compañeros detrás) pueden hacer milagros. Si el centro de profesores apoya, mejor. Lo pude comprobar en Torrecillas. Estuve hablando a lo largo de dos horas con un educado grupo de niños y niñas (por una vez, y sin que sirva de precedente, hago el innecesario distingo) que no dejaban de preguntarme cosas interesantes acerca de la literatura en cualquiera de sus múltiples variantes, de la poesía a los sueños pasando por los viajes y la noche. Pocas veces he conversado tan a gusto con gente tan interesante. Niños de pueblo, sí, de la nueva Extremadura. Me gusta recordar que los maestros siempre guardaron el fuego sagrado de la lectura cuando en el medio rural no había bibliotecas. Lo siguen haciendo; sobre todo las maestras, que leen más. He vuelto al colegio esta semana, para acompañar al consejero de Cultura, Francisco Muñoz, en su visita al centro. Pocos viajes más emocionantes que los que hacemos al corazón de una biblioteca. Tan cerca y tan lejos del centro del mundo.