He visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. He visto padres descompuestos asaltar las vallas de un colegio cerrado en busca del libro olvidado por su hijo. Tiene examen mañana, gritaban a las asustadas señoras de la limpieza.

Y grupos de whatsapp en combustión a punto de linchar a cualquiera que se atreva a llevar la contraria sobre los deberes. Y tres mil mensajes después llegar a un acuerdo sobre si se han mandado dos o tres ejercicios o quizá ninguno, habrá que preguntarlo mañana. Y revoluciones montadas con menos inquina de la que aparece en algunas reuniones escolares.

He visto padres desencajados abandonando el trabajo para llevarle al niño el bocadillo que se había dejado alegremente encima de la mesa, qué despistado es, pobre. Y padres con las ojeras hasta los pies terminando la tarea de los niños.

Y más padres vociferando en los partidos de cualquier deporte en equipo, e increpando a los árbitros que no entienden las enormes cualidades de sus pequeños.

Y sesiones de peluquería, depilación integral e incluso tatuajes al capricho de tiranos que no aceptan un no por respuesta. Y padres taxistas, limpiadores, cocineros, jardineros, estilistas.

He visto todo eso, sí, y es más, confieso que en algunas ocasiones he sido parte activa. No he gritado en los partidos (quien quiera un Messi o un Gasol en casa, que empiece por entrenar él mismo), ni he admitido tatuajes, ni he asaltado vallas de colegios, pero sí me he convertido en agenda de mis hijos.

Si queremos formar seres inútiles, solo tenemos que asumir las responsabilidades de quienes educamos, sin dejar que se equivoquen. Ahora, recién caída del caballo, como San Pablo, veo la luz y hago el firme propósito de volver a la cordura. Y todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Así sea.