Debido a la precaria mayoría demócrata en el Senado (51-49), será harto difícil que las instituciones norteamericanas frenen en las actuales circunstancias la escalada emprendida por el presidente George Bush en Irak con el envío de refuerzos militares, el cambio de embajador y el nombramiento del general David Petraeus al frente de las tropas. La primera demostración del bloqueo político se escenificó ayer cuando los senadores republicanos fieles a Bush, mediante una maniobra de procedimiento y el concurso de los temores electorales, hicieron fracasar una moción contra la nueva estrategia presidencial. La indecisión y los cálculos de los senadores implicados en la campaña electoral solo sirven para reforzar el empecinamiento del comandante en jefe, aunque el último informe de la inteligencia vaticine que la violencia en Irak empeorará durante los próximos 12 o 18 meses. La historia demuestra que la insurgencia tiene enormes dificultades para triunfar si no introduce la discordia en el campo del adversario, como ocurrió en Vietnam e incluso en el Afganistán de los soviéticos. En Irak, la situación se complica por los objetivos dispares de los insurgentes (la minoría suní y Al Qaeda). El rechazo en EEUU a la guerra, pese a extenderse a diario, no alcanza el punto de insurrección popular necesario para que recapacite la clase política, quizá porque el ejército no depende de la recluta obligatoria. El más desesperado pronóstico se alimenta de la reiterada incapacidad de los líderes iraquís para alcanzar la reconciliación y un programa mínimo de convivencia. Por eso Bush sigue atrapado entre el abandono desastroso y el éxito imposible.