Dos décadas antes de que se fuera el siglo XX --llevándose también las pesetas-- una época, etapa, la épica de la vida cotidiana iba transformándose no se sabía en el qué, sino sí en otras cosas.

Evocación, tal vez. Se veía por la calle al senador Cansinos, algo más que señorial. Alor Novísimo era la revista literaria que se inventó Víctor Carande. Poetas como Valhondo y Pacheco recitaban y publicaban poesías en cualquier sitio y de inmediato. El pediatra Luis Zarallo se ocupaba de los niños. El abogado y funcionario de la Dirección Provincial de Trabajo, Fernando Povedano, tomaba el café desayunando con el funcionario y autor teatral Manuel Martínez Mediero, que triunfaba donde estrenaba.

La librería Doncel se mantenía erguida, Universitas crecía lo largo y ancho, como lo soñaron sus creadores empresarios, como una de las 20 más importantes librerías de España. Todas las barriadas tuvieron sus centros de promoción de la mujer, activos y llenos.

Buiza, Lencero atravesaban las plazas, al presidente Ibarra se le votaba por mayoría, paseaban el señor Pecellín, los veterinarios J. Ramón Castaño y R. Calero, que siempre continuaban estudiando.

Se hablaba de Sánchez de León, Bermejo, Ramallo o Zoido y Pedraja, entonces, cuando José Antonio Gabriel y Galán se despedía.

Todos, todos, todos los demás también conformaban, aún y todavía, lo que de instantánea indeleble tuvo Badajoz con ellos --y los otros-- cruzando el puente sobre el Guadiana y unas palabras, andando, saludándose siempre, como lo poco que se sabe que uno es, ave de pisada, de paso.