Autor teatral

Podría escribir de Terenci --y lo prometo--, pero Murillo me roba cariños y agradecimientos, en noches de cafeses y humos, en la virtualidad de su ordenador: espabilado él y roncón yo. Así que a mirar este abril extremeño y que desde el azulón de su cielo me susurre chivatazos de vida, para poder dejarlas escritas. Claro que si se habla de abril y su eterna primavera extremeña, los arrumacos de los parques y las miradas encendidas y fogosas te dan pauta por donde seguir y contarles a ustedes: los amantes. Sube la temperatura y se aspira el olor encelado de un deseo que quiere hacerse realidad en dos cuerpos que bien podrían ser el milagro de la vida y el amor. Cuando digo vida, no me refiero a procreación y cuando digo amor, me refiero a dos almas que se funden, tras dos cuerpos. Así de sencillo y tan simple como un plato de coles.

Sin embargo, tras esta receta tan fácil que les acabo de endiñar, no todo es tan sencillo, ni tan fácil de mezclar sus ingredientes. Existe un negocio tan material como espiritual que no dejan de marear a dos personas que sólo buscan enfrentarse a un destino --jodido, pero destino--. De entre los materiales y el impoluto traje blanco, el chaqué del novio --fuera de despedidas-- y el coñazo para los que tenemos que asistir a tan sacrificado sacramento: un banquete de bostezo, con un guión tan manido como una parida de Paco Martínez Soria. Pero todo esto es un toma y daca, al que todos nos prestamos, porque hoy por ti y mañana por mí.

Distinta es la parcela privada, megapersonalísima de los contrayentes, que deben de iniciarse en cursos o cursillos para ser merecedores de la bendición de Dios. Se supone que se les enseña a amar, a amarse, para que esa unión que van a emprender tenga la gracia divina y el consentimiento del arzobispado. Para casarse por la Iglesia ¿los romeos y julietas? deben de hacer cursos prematrimoniales, donde ¿monitores? ya casados, les ponen en veredas y caminos para su posterior carrera matrimonial. Y de ese pequeño detalle viene mi larga metedura de pata, ante un adoctrinamiento que tiene más de jubileo ideológico que de realidad.

¿Se hace camino al andar?, que diría Machado. Los errores y los jolgorios de una convivencia son pasos ineludibles de los que mezclan los cepillos de dientes y de los que enfrían y calientan un mismo colchón. Dios debe estar tan ocupado en Irak y en el ¿Pozo del Tío Raimundo?, entre desgracias y sidosos, entre hambre y necesidad, que le importará un pimiento la sexualidad de dos, que como mortales, quieran meterle a él en un trío. O de una paternidad responsable, que se les supone, a quienes montan tal teatro para unirse, porque sino, ya estaría ojo avizor la justicia humana, que es a la que hay que dar realmente cuenta. A Dios lo que es de Dios y al César...

Esto son sólo unos tributos de los temas que tienen que dar los aspirantes a casados. Y todo por confundir ética con religión, moral con arzobispado. A nadie con un poco de sentido común y buena voluntad se le habría de recordar que la ¿familia es una comunidad de amor?, tanto si se casan bajo el manto de santa Eulalia, como si es tras un hermoso verso, dicho por el alcalde más recalcitrante y agnóstico de cualquier ayuntamiento. Claro que no se persiguen los mismos fines, aunque tanto un alcalde, como un cura, representan a dos administraciones y las dos terrenales. Máxime cuando el 90% de los novios llegan a la Iglesia para ser fotografiados tras una apariencia de costumbre legalidad. A Dios lo que le pertenezca. Lo demás es cosa nuestra.