Hablemos claro. El fútbol se ha convertido para muchos en una nueva religión, --las hay peores--, con sus nuevas catedrales, a las que acuden grandes multitudes, llueva o haga sol, a pesar de estar al descubierto, y le dan unas limosnas espléndidas, conociendo al dedillo sus santos y demonios, muchos más que sus propios intereses económicos, políticos o sociales.

Una de las sectas de esa nueva religión ha antepuesto al fútbol una destructiva política, convirtiéndose en la punta de lanza de un separatismo minoritario en Cataluña que amenaza gravemente la economía, la convivencia y las libertades --directamente o por rechazo-- en toda España.

De ahí que, por instinto de supervivencia, incluso por amor a un fútbol así adulterado, --y dada la inutilidad de tantos avisos que se le han dado por tantos medios-- sea imprescindible y urgente boicotear el dañino espectáculo que presenta, absteniéndose de subvencionar a esa secta fanática, no acudiendo a sus partidos que parten España.