El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) llamado comúnmente Plan Bolonia, engloba una fórmula de futuro que pretende homogeneizar las estructuras universitarias europeas en pos de una mayor agilización e interconexión del conocimiento entre los centros universitarios, así como de reducción de los trámites burocráticos para el intercambio de estudiantes y titulados en los países de la Unión. Esta filosofía educativa sin duda alguna es encomiable, pero es solamente una de las capas de la cebolla, ya que entre las críticas más sonadas al EEES, tenemos el enfoque tecnocrático, es decir, la reforma de los planes de estudio en función del mercado, junto con la elitización y privatización de la educación superior, desactivando de este modo, la universidad como agente de crítica, transformación social y vigilancia del poder. Por tanto, este proceso de convergencia europea entre las universidades que se sumaron a la Declaración de Bolonia en el año 1999 del pasado siglo, se encuentra actualmente en una encrucijada agravada por la crisis financiera y económica que asola la mayoría de las comunidades europeas. La persistente crisis está aleccionando a la mayoría de Estados a restringir los presupuestos y recursos en educación, hecho que está ideando variopintas propuestas de solución financiera para supuestamente mantener la actual igualdad de oportunidades para la diversa procedencia social del alumnado. Entre las últimas controversias se hallan la subida de tasas por matrícula, las becas-préstamos, etcétera, lo que según dicen, afecta sobre todo a la clase media, que es la que no tiene becas. Con este panorama tan agrio, donde tradicionalmente el Estado ha aportado y aporta aproximadamente el 75% de la financiación, las venideras tendencias financieras de la universidad apuntan a la reducción de este aporte estatal para captarlo de las entidades privadas, lo cual significa, que los dineros serán gestionados e invertidos con la presión interesada de los acreedores. Esto supone la posible instrumentalización de la educación para fines de legitimación económica e inversiones masivas hacia la investigación de la eficacia de las estructuras funcionalistas de la economía en detrimento de la concepción ilustrada y emancipadora de la educación social, pues no olvidemos que la educación institucionalizada nace en socorro del débil, del oprimido y contra la enajenación que los poderes ejercen sobre los sujetos.

XCON ESTE ANVERSOx y reverso de la nueva universidad europea se hace preciso debatir sosegadamente estas controversias para afinar y acoplar los mecanismos de compensación necesarios para que los críticos antibolonia aparquen sus dudas y contribuyan a edificar un campus universitario europeo de alto rendimiento, donde el conocimiento sea la correa de trasmisión para que la justicia y la voluntad de poder sean los motores que consagren el bienestar mundial; y que por el contrario, los más afines a esta cosmovisión de la educación europea no se dejen engañar por los cantos de sirena de un proyecto que por primera vez en su historia va a confiar en grupos de presión que nada tienen que ver con el concepto educativo en su sentido más puro y social.

Finalmente, no es conveniente perder el norte en este asunto tan crucial para la sociedad del mañana, por eso, las políticas educativas y quienes las gestionan han de procurar equilibrar la balanza, ya que una sociedad educada excesivamente en un concepto mítico de la ilustración emancipadora, es inoperante frente a las vicisitudes de nuestras sociedades capitalistas hipertecnologizadas, mientras que opuestamente, unas sociedades formadas ad hoc para adaptarse al fenómeno consumo de masas sugerido si no impuesto por el actual sistema económico-político, corre el peligro de bordear y precipitarse hacia el abismo enarbolando equivocadamente la bandera de la Educación.