La universidad de un país que se precie no puede seguir siendo un reducto inamovible, sustentado sobre una realidad paralela, ni una institución encargada de custodiar un saber antiguo, teórico, oscurantista e intangible, al servicio de una sociedad que ya no existe, ni puede seguir siendo una fábrica de parados, con unos contenidos descontextualizados y carentes de proyección hacia lo práctico. Porque a pesar de que el Plan Bolonia se haya elaborado a espaldas de los sectores implicados, sin contar con su participación y sin debate previo, y que se trate de un producto que no se ha sabido vender, no conviene olvidar que estamos refiriéndonos a un proyecto que, matizaciones aparte, constituye una apuesta por la calidad de las universidades públicas, un revulsivo para la transformación y la renovación de las actuales estructuras.

La universidad española necesita un cambio que vaya más allá de lo puramente formal, algo que le permita adaptar sus contenidos a la demanda social, laboral y económica de estos tiempos, también para converger hacia un espacio común europeo. No se trata de un plan de estudios más, solapado bajo el pretexto de Bolonia, ni de una revolución encubierta del sistema educativo, sino de otorgar a las carreras, a los métodos de enseñanza y a los objetivos ese sentido práctico que sirva para dar respuestas a los problemas que esta sociedad tiene planteados, preservando ese aspecto intelectual, científico y humanista que toda universidad debe tener, ya que esta institución está llamada a seguir siendo un baluarte de la cultura, un lugar de encuentro, de innovación, de investigación y de debate, donde se prepare a la juventud para enfrentarse a los retos del futuro.

XLA MATERIALIZACIONx de esas transformaciones viene determinada por la modificación de los contenidos de algunas carreras, la implantación de otras nuevas y la supresión de aquellas a las que el tiempo haya ido dejando desfasadas. Para ello se contempla un ciclo de 3 o 4 años llamado grado, y un postgrado de uno o dos años más. Estos cambios han creado una atmósfera de desconfianza entre algunos sectores de la comunidad universitaria, al verse obligados a tener que enfrentarse a unas circunstancias diferentes.

En cuanto a la metodología, las lecciones magistrales cambiarán por una enseñanza más abierta y participativa, basada en un tipo de aprendizaje más dinámico, que potencie las capacidades y destrezas, proporcionando al estudiante los rudimentos necesarios para el desarrollo de aspectos procedimentales y prácticos, con módulos de gestión, de idiomas y de nuevas tecnologías, donde junto a los contenidos tradicionales se valorará también el trabajo individual y en equipo, las tutorías, las prácticas y la participación en los seminarios.

Para armonizar los espacios universitarios europeos y hacerlos extensibles a unos mayores ámbitos de participación, se fomentará la movilidad de estudiantes y profesores, estableciendo acuerdos conjuntos de investigación y de colaboración entre las universidades de los diferentes países, algo distinto a los actuales programas Erasmus, ya que se promoverán intercambios temporales, pensados para favorecer ese carácter global en el que están inspiradas las sociedades modernas. No se trata de fomentar una uniformidad arbitraria, ni de suprimir las señas de identidad de cada país, sino de favorecer una homologación de títulos y de materias de cara a facilitar las posibles opciones educativas o laborales.

El elevado precio que soportarán algunos ciclos formativos levanta suspicacias, al considerar que el nuevo giro que pretende dar la universidad, pudiera estar al servicio de una privatización encubierta, fomentando el elitismo y la discriminación, al renunciar a su tradicional compromiso de igualdad de oportunidades; pero para salvar este escollo, además de incrementar las partidas destinadas a becas, se concederán paralelamente préstamos hipotecarios a aquellos estudiantes que los necesiten, a interés cero y con un periodo de amortización de quince años, que serán devueltos, siempre y cuando, a lo largo de ese periodo el interesado obtenga un adecuado nivel de renta.

Si dejamos que quienes no creen en otras alternativas llenen el ambiente de cizaña y de desconcierto, llegaremos a la conclusión de que tras Bolonia hay una mano maquiavélica dispuesta a trastocarlo todo, a sabotear lo que aún funciona, y esto provocará en muchos estudiantes: reservas, recelos, reticencias y rechazos, junto al deseo de frenar como sea este proceso, aunque para ello se vean obligados a utilizar medidas a veces demasiado expeditivas.

Es posible que Bolonia no sea la panacea que remedie todos los males, que a su difusión le haya faltado más pedagogía, más marketing y menos intransigencia, pero antes de tomar partido, conviene hacer una valoración racional del tema, ya que junto a algunas imprecisiones, cuenta con propuestas inspiradas en el deseo de construir una universidad plural, abierta y participativa, sustentada en unos cambios que no son fruto de la improvisación, ni de un capricho pasajero, ni de la aviesa intención de una mano negra que pretenda desmantelar la universidad pública, sino que son la consecuencia de acuerdos y compromisos adquiridos a nivel internacional, al objeto de crear un espacio común, homogéneo y en sintonía con una realidad más compleja y cambiante.