TTtodo el mundo quiere condecorar al camionero que salvó la vida de dos niños cuando un conductor homicida estampó su coche contra el que viajaban las criaturas con sus padres. El delegado del gobierno en Madrid, el Defensor del Menor y la Dirección General de Tráfico expresaron enseguida su intención de conceder sendas medallas, cada uno una, al benéfico y valiente camionero que liberó a los niños heridos, y ya huérfanos, de los hierros retorcidos y las llamas, pero a Santiago Mero , que así se llama el ciudadano bienhechor, no le caben en el pecho medalla ninguna porque su superficie la ocupa enteramente el corazón. A Mero, en todo caso, habría que pasearlo y exhibirlo por las escuelas y los institutos para que nuestros hijos contemplaran uno de los últimos vestigios de una especie en extinción, la del hombre que sabe reaccionar con eficacia cuando la ocasión lo requiere.

A Santiago Mero no le hacen falta las medallas ni por muy pensionadas que estén. La sociedad española, en cambio, sí que necesita ciudadanos como él, gente que, de pronto, nos regrese con su comportamiento a la convicción de que no merece la pena vivir juntos si esa convivencia no se articula sobre los pilares del afecto solidario, el socorro mutuo y la bondad. Que se tilde hoy de heroico y extraordinario un comportamiento que debiera habérsenos inculcado en la familia y en la escuela a todos, nos recuerda lo extraviados que nos hallamos de las regiones más hermosas de la condición humana, tan pródiga en paisajes feos, retorcidos y devastadores. Que no le den una medalla a Santiago, que lleva ya el pecho constelado de ellas para la eternidad.

*Periodista