José Bono nunca ha ocultado sus convicciones y podría decirse que su coherencia ha carecido de cuestiones de oportunidad. No es secretario general del PSOE por una proposición negativa de los guerristas, que facilitaron que fuera el otro candidato ganador sólo para evitar su victoria. Después fue extraordinariamente leal desde la discrepancia que se consumó en su dimisión silenciosa y solidaria como ministro de Defensa.

El presidente lo ha rescatado desde su distanciamiento de la política porque es un valor imprescindible para una cierta tranquilidad electoral: José Bono cubre casi todos los flancos descuidados por el presidente Zapatero . Se podrá discrepar de él, pero a diferencia del actual presidente del Gobierno tiene un proyecto político muy definido, un esbozo meridianamente claro de la España de las autonomías y un enlace en su verbo y en su pensamiento con el ideario clásico del socialismo español.

Su posición en la presidencia del Congreso de los Diputados, en caso de que el PSOE consiga una mayoría suficiente, le dará poder de arbitrio en los escarceos de la cámara y le permitirá tener una posición preeminente en el protocolo del Estado. El resto, lo que hayan pactado él y el presidente del Gobierno, todavía no se conoce. En mi personal convicción causará problemas porque lo acordado se ha hecho desde la necesidad electoral de Zapatero, agobiado por las encuestas, sobre todo la del CIS, y no por la consideración de que su pensamiento y el de Bono sean totalmente compatibles.

Los pesos pesados del PSOE, los viejos barones de la época de González , salen disparados hacia puestos de relumbrón o se van a su casa a digerir el cambio de ciclo. Ahora José Bono va a dar un servicio, que tal vez sea el último, pero si la victoria sonríe holgada a Zapatero, su fulgor ya no será tan necesario y volverá al lado oculto del PSOE, que es el cementerio de los socialistas vivientes.