TJtosé Bono era una especie de rara avis en el conjunto del Gobierno Zapatero . Un llanero solitario, que mantenía posiciones distintas y distantes en demasiadas cosas. A José Bono, hasta este viernes ministro de Defensa, le querían poco la mayor parte de sus colegas ministros. Le acusaban de excesivo personalismo, de mantener una política de comunicación muy exclusiva. Ultimamente, hasta proliferaban en su entorno otro tipo de rumores, la verdad es que ninguno confirmado. Amistades peligrosas, exceso de protocolos, más militarista que los militares... De todo se ha dicho sobre Bono, a quien, inútilmente, se le ha intentado buscar acomodo alternativo en la candidatura a la alcaldía de Madrid o en otros puestos de riesgo político.

Porque Bono es un enorme animal político. Y ha sido un pedazo de ministro. Ha dignificado la función militar. Se ha hecho respetar en un mundo difícil. Hizo posible el cumplimiento inmediato de la promesa de retirada de Irak. Acaso ha llevado su ambición demasiado lejos, invadiendo campos de otros ministros, como el de Exteriores. Sabíamos que estaba cansado, harto de que algunos le diesen la espalda, preocupado por su soledad en el Consejo de Ministros. Ya no veía salidas profesionales en la política, aseguran sus íntimos. Personalmente --le conozco desde hace tres décadas: fue mi abogado en pleitos políticos durante el franquismo y el inmediato posfranquismo, y siempre agradeceré esa atención-- me cuesta imaginar a José Bono fuera de la política. Lo que ocurre es que sus posiciones empezaban a ser demasiado independientes, fuera de los corsés partidarios.

Era uno de los iconos, situado en la margen derecha, de un Ejecutivo sin demasiadas referencias: están, sí, los dos vicepresidentes. Y algunos ministros aislados, entre ellos José Antonio Alonso , que ahora pasa a Defensa tras una buena trayectoria en Interior, culminada con la enorme noticia del cese de la violencia por parte de ETA. Aceptamos como acertado el relevo en Educación, por más que la nueva titular, Mercedes Cabrera , no ha destacado en su labor como número dos del socialismo madrileño en el Congreso. Pero seguramente Zapatero debería haber aprovechado la ocasión para proceder a una reestructuración más a fondo: Vivienda, Industria, quizá Cultura, son carteras que podrían tener mayor lustre.

Luego está el enorme sigilo con el que se ha producido este relevo. Ni una filtración. Como a Aznar y su cuaderno azul, a Zapatero le encantan las sorpresas, aunque él no presuma de cuaderno y más bien dé la sensación de que los apuntes los hace sobre la barra de hielo. No es ésta una crisis gubernamental, ni una remodelación a fondo: es una sustitución en la que entran una figura poco relevante y otra, en cambio, de enorme proyección en la familia socialista, en el vida parlamentaria y en la política nacional en general, como Alfredo Pérez Rubalcaba . Un negociador lleno de conejos en la chistera, capaz de llevar a cabo todo ese entramado de iniciativas polémicas, quizá dolorosas, que conduzcan a la paz definitiva en el País Vasco y a la desaparición total de ETA.

*Periodista