Escritor

Miren si será descastada esta ciudad que no conozco a ninguna mujer que se llame María de Bótoa. Hay Marisoles en honor de la Soledad, que nunca se sabe bien para qué ese claroscuro de llamarte Soledad y después ser Marisol, que es al fin y al cabo una puesta de sol, pero también un alba dorada; en fin, que Badajoz nunca se aclara y cada vez llega más gente de fuera, cada día hay más María de los Dolores, pero Bótoa ninguna, y si la hay yo no la conozco. Con lo precioso que es llamarse Bótoa, pues nada. Bueno, pues traen a la Virgen y la pasean y la mecen delante de la Soledad, que como está sola está llorando siempre, todo lo contrario de esta de Bótoa, que es la Pantoja de las vírgenes, de una hermosura sólo comparable a una espiga dorada de aquel perdido trigo argelino que ya no lo siembra nadie como no sea Bernardo Víctor Carande. Yo, de chico, estuve enamorado de la Virgen de Bótoa, y yo creo que mi padre también, que muchas tardes y cuando la carretera era de tierra me preguntaba dónde íbamos de paseo y yo le decía que a Bótoa. Después la llegada a Badajoz, en aquel Badajoz que no llovía apenas y no había alergias, y la Virgen llegaba rodeada de lavanderas de la Suerte de Macías y se nos quedaba el corazón en suspenso y yo cada vez más enamorado. Ahora mismo he estado en dos bodas y la verdad es que esta Virgen es arrebatadora y la que, de alguna manera, expresa lo que es el campo extremeño.

No se puede hablar de Bótoa sin recordar a Carolina Coronado, que hizo de Bótoa un monumento de la poesía castellana. La misma Carolina se parecía a la Virgen y cuando la sacaban a impetrar la lluvia, Carolina se subía a la hornacina. Todo precioso, como las adelfas del Gévora.

Un detalle de horror el que le hicieran pagar el fielato durante la II República, pero otro detalle horrible, el de devolverle el dinero.