Érase una vez un mundo oscuro y gastado, en el que los pactos secretos entre élites conformaban todas las características de una sociedad políticamente lactante, inerme, frágil, condicionada por el temor de viejos caminos manchados de sangre, de almas perdidas y de huellas de crueles vencedores.

Érase una vez un mundo opaco en el que unos pocos nos informaban solo de lo que creían que debíamos saber, o de lo que los pactos secretos determinaban que debíamos saber. Érase una vez un mundo de censura y de comunicación unidireccional en el que unos hablaban y otros escuchábamos.

Érase una vez un mundo de liderazgos fabricados en laboratorios lejanos y financiados por los enemigos del pueblo, un mundo en el que a los redactores del texto base de nuestra convivencia se les llamaba “padres de la Constitución”, porque a los demás se les consideraba niños.

Érase una vez, pues, un mundo paternalista donde todos menos unos pocos éramos menores de edad, y donde esos pocos eran casi todos hombres. Érase una vez un mundo en el que los relatos los construían otros, y nos llovían desde arriba como maná de obligada lectura y digestión.

Érase una vez un mundo de jefes lejanos, casi inaccesibles; un mundo de pedestales, torres de marfil y burbujas de cristal. Un viejo mundo en el que estábamos obligados a admirar a los de arriba, a adorarles casi, a arrodillarnos ética y hasta físicamente.

Érase una vez un mundo de iglesias, de prohibiciones y de límites, de represión sexual y de hipocresía social. Un mundo en el que la familia y la tribu eran medios privilegiados de control social hacia fuera, mientras hacia dentro generaban maltrato y sufrimiento, violencia soterrada y relaciones obligadas por la apariencia.

Érase una vez un mundo donde los mercados nos imponían todos y cada uno de nuestros deseos, nos robaban nuestro dinero cobrando precios que las cosas no valían, y extraían los recursos de todos para incrementar exponencialmente la riqueza de pocos.

Érase una vez un mundo de explotación natural hasta el límite de poner en peligro la raza humana, un mundo en el que los animales no tenían mucho más valor que los objetos, un mundo en el que la falta de respeto a los orígenes del hombre delataba la falta de respeto a todo lo importante de lo que somos.

Bienvenidos al nuevo orden, el orden naciente en el que las redes sociales no son solo las calles de los pueblos, ni las plazas de las ciudades ni las tiendas ni los bares. Un mundo en el que dos personas que no se conocen físicamente pueden revolucionar el espacio público con un dispositivo móvil en su mano.

Bienvenidos al nuevo orden de la transparencia obligada en el que una fotografía hecha ahora se puede ver ahora y distribuir ahora; un orden en el que las reuniones secretas se revelan pronto, en el que caen los armiños de los reyes que caminan desnudos.

Bienvenidos al nuevo orden de liderazgos naturales que emergen porque ayudan a la gente, porque paran desahucios, porque cuentan verdades, porque quitan vendas, porque arriesgan casi todo lo que tienen. Bienvenidos al nuevo orden en el que casi todos nos hemos hecho mayores y no admitimos tutelas.

Bienvenidos al nuevo orden de la comunicación bidireccional en el que los que hablaban también tienen que escuchar, y los que escuchaban tienen mucho que decir. Un nuevo orden en el que el jefe está a tiro de piedra, en el que los cristales se han roto, los muros han caído y las relaciones horizontales se llevan más que las verticales.

Bienvenidos al nuevo orden en el que a las familias felices y a las familias rotas, en el que a las tribus sanas y a las enfermas, se unen otro tipo de relaciones sociales, más abiertas, más voluntarias, más libres, más luminosas.

Bienvenidos al nuevo orden de mujeres rebeladas contra la sumisión, la violencia, el desprecio y la condescendencia. Bienvenidos al nuevo orden en el que los hombres que aman a las mujeres en público y las maltratan en privado serán descubiertos.

Bienvenidos al nuevo orden del intercambio de bienes entre particulares, del precio justo, del trabajo para las máquinas y de un nuevo lugar para el hombre aún por definir. Bienvenidos al nuevo orden en el que nos reencontraremos con la naturaleza de la que nacimos.

Érase una vez la democracia vista por las generaciones que no la construimos. Bienvenidos a la democracia construida por las generaciones que vemos las cosas de otra manera. Es ley de vida. La única ley que se cumple siempre.

* Licenciado en Ciencias de la Información