Escritor

En el lugar llamado El Turuñuelo, en el término municipal de Medellín, se halló una tumba de época hispano-visigoda que fue fechada en el siglo VI. El ajuar encontrado dentro de la sepultura, que debió de ser el enterramiento de una importante dama de aquel tiempo, proporcionó piezas singulares: hilos de oro de la trama de un tejido, placas que debieron de ir adornando un lujoso vestido, varias joyas... Lo más excepcional de este suntuoso tesoro es un broche en cuyo anverso, enmarcado por una gráfila, aparece la escena de la Adoración de los Magos y una inscripción en caracteres griegos, cuya traducción es: "Santa María, ayuda a quien lo lleva. Amén". Las figuras representadas, inmersas en su atmósfera dorada, nos presentan un cuadro muy familiar en nuestra cultura: los tres personajes (Reyes Magos) desfilan desde la izquierda, portando sus obsequios; visten calzones ceñidos de estilo oriental, clámide y gorros de casquete ajustado. La Virgen está representada en mayor escala, sentada en un alto trono con respaldo y sosteniendo al niño sobre las rodillas. Ambos dirigen sus rostros hacia el espectador, y Jesús bendice con su mano derecha. Según los expertos, los rasgos formales de la escena representada en el medallón podrían remitirnos a creaciones de Siria. No parece haber duda en relación a la procedencia oriental de este objeto. Lo cual nos habla de la presencia de gentes del Oriente en la Extremadura del siglo VI.

¡Qué maravilla! Lo pienso y casi me sacude un estremecimiento de emoción. En la España visigoda, en el entorno del territorio emeritense, las relaciones humanas, religiosas, políticas o comerciales se extendían hasta el otro extremo del Mediterráneo. Y esta conexión me habla de exotismos, de lujos que se manifiestan en las posesiones de la dama que lució el precioso broche de El Turuñuelo, de lenguas clásicas mezcladas con antiguos acentos bárbaros... pero, sobre todo, del gran misterio de la vida de los hombres, que en mi tierra, Extremadura, cobra un acento más real y más próximo.

Y este misterio sólo puede ser expresado por la profunda espiritualidad de nuestro pueblo, manifestada durante siglos, que llega a nosotros en el arte que compone nuestro patrimonio, en las tradiciones; en general, en nuestra cultura, impensable sin el hecho cristiano. Miro ahora hacia el detrás inmediato: las Navidades que acaban de finalizar. Y no puedo evitar cierta desazón. Falta espiritualidad. Y esa carencia es palpable. Hay muchas cosas, muchas palabras, muchos estridentes ruidos... ¿Dónde está lo esencial?

Ahora se me preguntará: ¿Y qué es la espiritualidad? El diccionario me contesta que "espiritual" es "la persona muy sensible y poco interesada por lo material". Ateniéndome a esta respuesta mi desazón se acentúa. Desde luego, las Navidades pasadas, en general, no han sido nada espirituales.

Los lujos del ajuar suntuoso de la dama enterrada en El Turuñuelo manifiestan el apego que el hombre ha tenido, tiene y tendrá hacia las cosas materiales. Pero la inscripción y la bella escena representada en el broche no pueden ser más espirituales. Esta contradicción es signo de la pugna entre dos realidades tan contrapuestas. Pero el "espíritu" no debe desaparecer, pues sólo nos quedaría lo otro: cosas, cosas y cosas.

En principio, quiero entender que "espíritu" es la superación humana, el deseo de autenticidad, ese algo que hay siempre en los hombres, que les empuja a ir más allá, cada vez más allá. Vivir conforme al espíritu es obedecer al impulso de la observación, dejar espacio a la imaginación, a la creatividad, a la superación moral... Sin estos caminos, hay una vida mediocre, degradada, perdida...

Desde el lejano pasado hasta ahora, nuestra tierra extremeña ha vivido el sucederse de las culturas. Aquellos visigodos que se fundieron con los romanos descubrieron enseguida el gran poder simbólico del hecho cristiano para hacer comprender el misterio de los ciclos de la vida, el avance del tiempo y la confianza en el devenir final.

La misma escena de la Adoración de los Magos del broche de El Turuñuelo, dice mucho de la persona que lo portó; alguien que estaba necesitado de protección frente a loa avatares de la vida. Y el símbolo de los Magos que hallan lo que buscaban nos representa un poco a todos, en camino, avanzando hacia lo que esperamos de nuestra existencia.