La inmigración y la demagogia que suscita vuelven a las primeras de los periódicos. Hasta en el educado Suecia, Noruega y Holanda amplían su audiencia los discursos xenófobos. Y la Francia multicultural que tantas lecciones de integración nos dio en el pasado busca chivos expiatorios para sus debilidades. Pero sabemos que el invento de brujas que no lo son es siempre el último refugio de los impotentes. El proceso de Salem, hace más de 300 años, cuando muchas familias murieron en Estados Unidos acusadas de brujería a causa de una disputa de tierras, es un ejemplo recurrente. Otro, ya en el siglo XX, fue el del senador Mc- Carthy contra los supuestos procomunistas en los mismos EEUU. Antes como ahora, la persecución de brujas intenta encubrir los problemas reales y desviar la atención de la opinión pública. Cortina de humo, la memorable película de Barry Levinson , con guión de David Mamet , es quizá el paradigma definitivo sobre el caso.

Sea como sea, las expulsiones de gitanos decretadas por Sarkozy impugnan las mejores virtudes de la Francia republicana y recuperan al peor Mitterrand , que, con el nacionalismo étnico como arma arrojadiza contra sus adversarios, propició la aparición del Frente Nacional de Le Pen . Ahora se trata de ocultar el colapso de las banlieues y un melting pot a la francesa cuyo fracaso metafórico ha sido la explosión de la selección de fútbol heredada de los blacks, blancs y beurs de Thuram, Zidane y Henry . El fenómeno xenófobo es atávico y consiste en la explotación del miedo al cambio, a la pérdida, a la diferencia, ahora multiplicado por fenómenos inéditos como la globalización, las deslocalizaciones y las nuevas migraciones. Pero el populismo encuentra sazón renovada en un darwinismo social que impregna nuestras mentes, procesadas con una superioridad imaginada que ya contestaba la máxima de Rimbaud según la cual Je est un autre .