WLw a receta de la Comisión Europea para hacer frente a la recesión global, presentada ayer por su presidente, Jose Manuel Durao Barroso, no se aleja en nada de lo que proponen la mayoría de gobiernos occidentales o de países desarrollados: más gasto público. La propuesta del Ejecutivo de Bruselas, dirigida a los veintisiete países que integran la UE, es que se destine el equivalente a 200.000 millones de euros a las políticas de estímulo de inversión y consumo. Tal cantidad debería salir de las aportaciones que los países de la UE hacen a las arcas comunitarias, a los que se añadirían fondos ya gestionados por Bruselas y los que pueda aportar el Banco Europeo de Inversiones. Es una propuesta bien intencionada, pero que no va a tener el mismo efecto balsámico como el del equipo económico del presidente electo Barack Obama.

En Europa no hay una estrategia común, no solo entre quienes participan o no del euro, sino incluso entre los que forman el núcleo duro de la moneda europea. Para acabarlo de complicar, la Comisión ha sido también ambigua en la exigencia, derivada de la adopción del euro, de que los presupuestos estatales no generen déficit mayor del 3%. De fondo está la propuesta de algunos países de rebajar el IVA --el principal impuesto recaudatorio-- para animar el consumo.

La Comisión ha hecho sus deberes, que no dejan de confirmar su propia debilidad. Desde que en octubre fracasó la propuesta de que la UE actuara al unísono ante la crisis bancaria, y cada uno de los países de mayor peso operó en clave nacional, en Europa reina el concepto de coordinación, no el de la actuación conjunta.