WEwl asesinato de una mujer pobre que pernoctaba en un cajero de La Caixa en un barrio acomodado de Barcelona, entre Sant Gervasi y Gr cia, ha sido espeluznante. Tres jóvenes se ensañaron con ella hasta causarle la muerte. La vejaron a golpes y patadas antes de quemarla viva. Su barbaridad quedó registrada en las cámaras de seguridad de la oficina. La grabación ha servido para detener a los presuntos asesinos y poner en primer plano dos cosas inquietantes. ¿Qué puede empujar a tres adolescentes aparentemente normales y educados, con una existencia acomodada, a comportarse con esa vesania? ¿Qué significa que ahora, tras esa violencia gratuita, todo lo que alcanzan a decir es que se les fue la mano? Si este crimen resulta más insoportable que otros es porque parece ser un acto destructivo como forma de placer. Nada permite recurrir a las manidas explicaciones sobre que la marginación y desestructuración social están tras lo sucedido. Quienes mataron --ahora en prisión incondicional-- por nada a una mujer que sólo pretendía guarecerse de la intemperie merecen un severo castigo. Pero, más allá de su brutalidad, obligan a reflexionar sobre el fracaso de todos sus entornos y de nuestro modelo para inculcar el respeto a la vida y a los demás.