Las dificultades para formar Gobierno en Cataluña ponen de relieve que las elecciones no han resuelto el problema. Se ha entrado en un bucle que es necesario desactivar. Las contradicciones evidenciadas por el peculiar sistema electoral catalán solo sirven para crear más incertidumbre. Los independentistas tienen mayoría en el parlamento autonómico; pero no tienen el respaldo de una mayoría social, por lo que carecen de legitimidad para continuar con el proceso de segregación. Tampoco la opinión internacional le es favorable. Sin embargo, podrán continuar gobernando y poniendo en práctica políticas sectarias y vendiendo humo.

La pronta convocatoria de elecciones, que parecía una excelente solución, al final no ha resultado tan buen remedio. La sorpresa de la aplicación del artículo 155 solo duró unos días. Y a partir de desvanecerse el desconcierto, emergió con nuevos ímpetus el espíritu de la independencia. Pronto se comprobó que no se había desmontado el armazón secesionista. Los rebeldes mafiosos lo tenían todo a su favor: población adoctrinada, televisión pública controlada y la prensa identitaria viviendo de las subvenciones. Un statu quo de décadas no puede desvanecerse en quince días. La promesa de la concesión de indultos aireada por un líder político dio alas para creer en la impunidad. Tampoco anduvo muy fino el Gobierno central con la realización en periodo electoral de las maniobras militares Eagle Eye, ni con la devolución de las obras de arte a Aragón. Este añejo asunto, cuya solución podría haber esperado algunos días, incendió aún más la conciencia victimista.

En Cataluña se ha instalado un sentimiento maniqueo que piensa que todo lo malo procede del resto de España. Esta manipulación ideológica hace que los jóvenes conciban la independencia como una utopía salvadora. Con un voto más emocional que racional es fácil deducir que los reveses económicos que sufría --y sufre-- la región catalana no extirparan las ideas independentistas. Esto explica también que se haya votado más a Puigdemont que a Junqueras. Se ha llamado a rebato a los catalanes para defender la pretendida legitimidad gubernamental. Este grave error les/nos va a costar caro

Cataluña va a continuar gobernada por una clase política xenófoba y excluyente, sin ideología concreta. En su exilio de Bélgica, Puigdemont no ha tenido una sola palabra para los problemas reales de los ciudadanos. Su único designio es procurarse un regreso victorioso como héroe o como mártir, e intentar imponer su legitimidad frente al Estado. El egocentrismo es total. Seguirá luchando como animal acorralado en busca de una escapatoria que cada vez se nos antoja más difícil, por no decir imposible, pues su única salida pasa por continuar en el destierro o ingresar en prisión.

El Gobierno de la nación debe actuar con firmeza y hacer más presente el Estado en Cataluña. Relajar ahora la legalidad podría suponer el desmoro-namiento del Estado de Derecho. Por eso se debe dejar hacer su trabajo al Poder Judicial. Ni se debe ni se puede hablar de indultos. El común de los ciudadanos no entendería que conductas tan graves quedaran sin consecuencias. Hay que dejar claro que los rebeldes y sediciosos, si son condenados, lo serán únicamente por haber perpetrado graves delitos de lesa patria. Si permitimos que todo siga igual, Cataluña habrá entrado en una deriva de descomposición económica y social que nos arrastrará a todos. Solo la firmeza del Estado puede desactivar este perverso bucle.