Licenciado en Filología

Por fin el señor Aznar se olvidará del traidor Felipe, del irresponsable Pujol, del ambicioso Zapatero, de los pervertidos obispos, de los antiespañoles sindicalistas, de los parados holgazanes, de los vagos estudiantes, de los subsidiados extremeños, de la antipatriota oposición: todo eso nos ha llamado a los ciudadanos de este país un presidente del Gobierno que necesitaba poco para cruzar el pasillo del enfado, llegar al rencor e instalarse en la agresividad. Con su marcha marchará la bronca, la confrontación, le embestida constante y dejará sitio a la discrepancia serena y civilizada.

Muchas causas pueden explicar esa constante irascibilidad: Wilhelm Reich sostenía que cuando las personas se ven privadas de amor sexual satisfactorio, la represión que experimentan se convierte en agresión. Otros dicen que la ira se embalsa, se encona; consciente de su impotencia, envejece, se enrancia y cronifica, convirtiéndose en rencor y resentimiento.

A fe que es difícil entender a un hombre colérico que luego aparece postulando indulgencias en la romería a Silos y en la campechana partida de dominó: nadie empadrona, tras esas complacientes ocupaciones, los arrebatos de la ira y la cólera.

La vida no se reduce a sexo y el mal humor y la agresividad pueden ser mitigados por otros cien mil lenitivos que existen en la naturaleza: el sol, la sombra del árbol, la partida con amigos o el silencio monástico son elementos nutricios de la vida emocional, pero a juzgar por las furias aznaristas, esos balsámicos genéricos no le hacen efecto. El suyo parece un estilo que busca placeres sustitutorios como el poder, la autoridad, y el absolutismo. Nombrado sucesor, ya puede sacudirse las sandalias, poner en orden sus demonios y dejarnos con nuestras contradicciones y nuestra discrepante pluralidad, sin que tengamos que ser insultados diariamente por ella. ¡Buen viaje!.