La primavera me pone melancólico, pero esa es una razón bioquímica y vulgar, y el fundamento por el cual el número de suicidios aumente al comienzo de la estación. En "Prohibido suicidarse en primavera" Alejandro Casona dejaba la pregunta sin contestación, pero aportaba muchas respuestas para vivir, y, un poco antes de la primavera, puede que cansado de la vida, ha muerto el doctor Fernando Civeira Otermín, catedrático de Medicina, médico ejerciente, una de esas personas que dejan una profunda huella en las personas que transitan a su alrededor -enfermos, alumnos, colegas- aunque no alcancen esa popularidad que puede alcanzar un asalta alcobas, un mal día, después de una oportuna osadía delante de una cámara de televisión.

La primavera me aporta nostalgias soportables y conclusiones pesimistas, pero perfectamente objetivas, porque hay muchos fernadosciveiras en España, muchas personas que se dedican con honestidad y con pasión a su trabajo -también con acierto- que dejan un reguero de vocaciones, incluso entre sus propios hijos, y que, no contentos con ello, dedican parte de su tiempo libre a reflexionar sin banderías sobre la sociedad que les rodea, sus afanes y sus problemas. De no ser por ellos, de no ser por mucha gente como ellos, el débil andamiaje en el que nos sostenemos se vendría abajo.

La primavera me aporta luces sobre la injusticia de las tribunas --esta misma-- administrada por gentes que no tenemos mucho que decir, mientras otras voces más sabias se pierden en las paredes de las aulas o se desparraman por la camilla de un consultorio, pero también me recuerda que merece la pena, sea cualquiera la estación, hacer lo mejor que podamos nuestro trabajo, llevarlo a cabo con alegría, y sentir, al final de la jornada, ese cansancio que fatiga y gratifica, ese satisfecho agotamiento que debía sentir Fernando Civeira, tras quitarse la bata.