El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, viajará mañana viernes a Washington, donde participará en la esperada cumbre que abordará la reforma del sistema financiero mundial. Y no lo hará de vacío, sino con dos buenas cartas bajo el brazo. La primera es la excelente imagen que se ha ganado en todo el mundo el sistema español de bancos y cajas de ahorro. La regulación del sector y la tarea de inspección realizadas con eficacia por el Banco de España en las últimas tres décadas han recibido grandes reconocimientos, el último de ellos en la edición del pasado lunes del prestigioso diario The Wall Street Journal, una de las ´biblias´ de la información económica internacional. Esta situación ha permitido un espectacular desarrollo del crédito y los servicios bancarios, con contados sobresaltos. Por eso Zapatero quiso, antes de asistir a la cumbre, rodearse de los primeros espadas de la banca española, que el martes le pidieron en la Moncloa una llevara a la cumbre una decidida apuesta por una mayor regulación en el sistema financiero mundial y mayor coordinación entre los estados.

La otra carta que puede exhibir el presidente es el apoyo sin fisuras de las fuerzas políticas --incluido el PP, que ha estado a la altura institucional que corresponde--, de sindicatos y patronal y del conjunto de la sociedad civil para que España participe con voz y voto no solo en la cumbre del fin de semana sino en todo el proceso que se abrirá en Washington y que puede durar meses o años. Es decir, existe un anhelo en el país que va más allá de sentarse a una cumbre que tiene más de simbólico que de práctico. Se trata de que España encuentre acomodo de ahora en adelante entre las potencias, tradicionales y emergentes, que van a decidir las reformas que vendrán a alterar el funcionamiento de la economía mundial.

El presidente del PP, Mariano Rajoy, ha reiterado ese apoyo al presidente del Gobierno en su entrevista en la Moncloa, aunque le pidió que defendiera en la cumbre una vuelta a los valores de la economía productiva, tan alejados del endeudamiento excesivo y de la ingeniería financiera. Consciente de que la sangría del paro está dañando la imagen del Gobierno, el líder de la oposición quiere transmitir mensajes alternativos. El último de ellos es abordar una reforma laboral pactada similar a la que en 1997 dio buenos resultados en cuanto a creación de empleo.

Zapatero tenía la obligación de jugar a fondo su apuesta por estar en Washington, y lo consiguió. Es un gran éxito para España que todos deben de reconocer, más allá de si es Sarkozy el que cede su asiento o no, porque la realidad es que había razones objetivas para estar en esa cita. Pero al presidente no debe deslumbrarle y a partir de ahora dar la imagen de dirigente volcado en los asuntos internacionales, precisamente en un momento en el que en casa tiene una pavorosa situación de aumento del paro y de falta de confianza de empresarios y consumidores. A Zapatero se le ha achacado, en muchos casos con razón, su falta de vocación internacional, su incomodidad para salir de los asuntos domésticos. Ahora, sin embargo, y tal como está la crisis, es preciso que se centre en lo que aquí hay y no distraerse.