TNto es la primera vez que lo digo, creo. En cualquier caso, lo sigo pensando: tengo una gran admiración por los periódicos. La confección de un diario --siempre pendiente de una información que acaba de llegar y que puede obligar a montar de nuevo una página o la portada-- es un ejercicio de precisión, de equilibrio. Pienso en los periódicos de información general, que aspiran a llegar a un público diverso.

Las revistas que han elegido dirigirse principalmente a un tipo de lector, o tratar unos determinados temas, tienen un planteamiento más cómodo: han renunciado a ser un instrumento de información general. Su atención se concentra en un aspecto de la vida: los famosos, el deporte, la cultura, las artes, el motor, la economía. No quiero decir que la especialización no plantee problemas. Pero estas publicaciones no sufren tanto la dificultad de la distribución de los espacios temáticos, que en la prensa diaria son muchos, por no decir todos. Y el replanteamiento de los espacios se debe hacer todos los días, y a menudo con urgencia.

Esta adaptación forzosa a un espacio no es una operación fácil, ni técnica ni narrativamente. Es preciso tener mucho oficio, que naturalmente se puede aprender. Sustituir una frase de 12 palabras por una de seis sin que se deforme la idea que se quiere expresar es un ejercicio que exige poseer dos cualidades: agudeza mental y dominio de la lengua.

Por ello, cuando un periodista de mesa de redacción --no un corresponsal o un articulista-- escribe un libro, este suele estar bien escrito. Las frases son claras; las ideas, concretas; el ritmo narrativo, seguro. No es raro que los libros de John Carlin (sobre Mandela ), de Daniel Glattauer (una relación amorosa por correo electrónico) y el más reciente de Gellert Tamas (historia real de un asesino con láser) sean escritos por magníficos periodistas. Tuve la ocasión de leerlos antes de que se publicasen y vi que el lenguaje era preciso, y el relato, cómodamente legible.

No quiero decir que esas cualidades sean exclusivas de los periodistas. Hay escritores de una gran eficacia narrativa que nunca han trabajado en una redacción, pero tienen un don natural para construir bien una historia. Solo intento valorar a los redactores de los periódicos, a menudo anónimos, que han aprendido el oficio de escribir claro y de aclarar textos que no son suyos. Me permito agradecerles el trabajo que realizan, en beneficio de los lectores.