THtay un ir y venir de gente que pasa sin detenerse al lado del bulto. El bulto está en la acera. El bulto no mira, no pide, no solicita. Está. El bulto, oficialmente, no es persona ni tiene familia. Las cosas en estas entrañables fechas, son, al respecto, muy precisas: los padres, los hermanos, los hijos, los primos y punto. El bulto está en la acera, pero no pertenece a la ciudad: no está empadronado. De él se sabe lo esencial: es de la especie humana y tiene asegurada una helada cada noche.

Tampoco se sabe con exactitud a qué viene su presencia: para unos es un rito de expiación colectiva, para otros un merecido castigo del cielo por su personal falta de moralidad, quizás una sanción a los ojos de los epulones o un cilicio mortificante para los urbanitas fariseos de misa diaria o incluso, según los más pulcros, algo más claro que el agua: un mendigo que afea el paisaje.

Se sospecha que en su entorno crece un sentimiento de soledad, una disposición para el calor, los abrazos, las manos y las palabras; se sospecha incluso que ahí abajo, en la acera, la tierra tiembla del bulto, y se sospecha que es sospechoso: por eso la gente, muy sensata, va y viene, sin pararse, a ver quién está dentro.

*Licenciado en Filología