Distintos conceptos, con significados similares. Siempre hubo burlas y bromas. Hasta El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, reflejó las primeras, creando su famoso estereotipo literario; al que siguió el Don Juan de Zorrilla, fanfarrón, altanero y burlador de lo más respetable. Humor, ácido o blanco, y burla, tienen puestos cimeros en la dramaturgia española. Humor que será torrencial en los tebeos, llenos de bromas hilarantes, sin que falten ensayos sobre este apartado tan sustancial en la vida. Hasta se ha llegado a decir que un santo triste es un triste santo. Pero el humor agradecido, sale del corazón, sin que nadie, aunque haga un master en Harvard, puede lograr el don de la simpatía, si éste está seco.

Damos bromas y nos las dan. Nos burlamos y se burlan de nosotros. Sabemos con Cicerón que hay dos tipos de bromas: una, incivil y malévola; y otra, ingeniosa, jovial. No aceptamos las que son una agresión gratuita, que nos harán reaccionar mal, y sí las ingeniosas y frescas, que nos alegran la vida, sin torcidas intenciones, entre el relajo y la chanza, con risas de sana amistad. Todo dentro del buen sentido del humor, en medio de los afanes de la vida, que, si no es una mala noche en una mala posada, según Teresa de Jesús, sí que no faltan ratos amargos. Aunque siempre habrá quien nos diga: "No sabes aguantar una broma". Mientras tanto, riámonos que ya vendrán los quebrantos; y, además, siempre es mejor ver el lado bueno de la vida, sin caer en pesimismos que nos hacen ver una ciénaga en un prado de margaritas. Y es que el humor es como un chaleco salvavidas, ante la adversidad, pues el buen carácter flota hasta en los mares más revueltos. Humor que nos vigoriza en pruebas y en crisis, como la actual, cuya terapia se enriquece con un trabajo digno, en una sociedad sin corrupciones.

Otra cosa es la burla, que está en las antípodas de la broma, si aquélla llegara al sarcasmo sangriento; por eso el filósofo Platón decía que la burla y el ridículo se perdonan menos que otras injurias, por lo que sería perverso, por ejemplo, darle cetro y corona de rey al mendigo, que apenas cubre su cuerpo con harapos. La burla ridiculiza a los débiles, incapaces de reaccionar. Se soporta la agria censura, pero no la burla de mala uva. Alguien ha dicho que prefiere ser malo a ser ridículo. Y se entiende: pues lo primero, más allá de la ética, lo decides tú; y lo segundo te convierte en víctima despreciable.