WEwn la primera visita a Europa tras su reelección, el presidente Bush invitó ayer a los aliados de la OTAN a abrir "una nueva era" en las relaciones transatlánticas, deterioradas por los estragos del unilateralismo que desembocó en la crisis de Irak. La visita a la OTAN y la cumbre con la UE responden a la voluntad de disipar la impresión de que Washington seguía predispuesta a socavar la integración europea. Y ese reconocimiento de la UE como socia, y no como subalterna, permitirá enterrar las discordias en nombre de la amistad y la cooperación.

Pero esta voluntarista reconciliación no eliminará los obstáculos entre EEUU y la UE: el programa nuclear de Irán, Kioto, el diálogo palestino-israelí o el embargo de armas a China. Pero la cuestión capital radica en saber si la OTAN responde a la comunidad de valores que fue en la guerra fría, o si el divorcio es irremediable entre la Europa que aboga por un orden en torno a la ONU y unos EEUU favorables al uso de la fuerza para resolver conflictos. Bush sigue empeñado en el combate del bien contra el mal, que los europeos detestan, y en utilizar la Alianza como brazo armado. La amistosa coreografía de la visita no podrá ocultar tan profundas divergencias.