WEwl tono mesiánico, triunfalista y arrogante de George Bush anteayer, en su aparatosa toma de posesión, superó todas las expectativas. La insistencia en ampliar su política de exportación de la democracia, el abuso de la palabra libertad y su subordinación a la seguridad, y la invocación a la voluntad de Dios son de mal augurio si se recuerda cómo se han manoseado y aplicado estos principios en Irak.

Hace unos días, el reelegido presidente de EEUU dijo que las polémicas sobre la guerra deben olvidarse, por la legitimidad que le dan los resultados de noviembre. Pero su clara victoria no conseguirá acallar el debate. Lo demuestran las protestas en Washington y la polarización de los norteamericanos, con unas encuestas que otorgan a Bush la popularidad más baja de un presidente al comienzo de su segundo mandato en las últimas décadas. Aquellos comicios tampoco obligan a que la normalización de las relaciones entre Europa y EEUU se haga acatando su amenazante discurso, donde aletearon nuevas guerras. El inquietante Bush que empieza a recorrer sus últimos cuatro años no va a conseguir nunca que quienes en todo el mundo mostraron su desacuerdo con la guerra de Irak acepten que tenía razón.