XPxrofeta, sobre todo profeta a corto plazo, es uno de los oficios más arriesgados que uno pueda imaginarse, pero resulta singularmente temerario si se trata del zahorí político. Aun así, en más de un caso porque la necesidad obliga, casi nadie que se precie ha resistido la tentación de aventurar qué va a hacer el presidente Bush en su segundo mandato y, particularmente, cómo puede afectarnos a los españoles, que puede y mucho.

A estas alturas, no creo que nadie dude que los Estados Unidos de Norteamérica son un imperio, un imperio de libro, que recuerda en muchos aspectos el antiguo Imperio Romano. Hay un núcleo duro de la ciudadanía imperial, formada por Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido, un amplio hinterland formado por países que cómoda o incómodamente se consideran dentro de su zona de influencia. Y unas fronteras, mal definidas, en algunos casos, con países o bloques de países de culturas muy diferentes.

La Unión Europea está en los límites de esta frontera dudosa, que se hace más dudosa aún, por la propia naturaleza de los países que componen la Unión y sus singulares concepciones de relación de pertenencia a la misma. Las cicatrices que la historia deja en los pueblos tardan mucho en cicatrizar. Por eso, la muy necesaria unificación de la política exterior de la Unión Europea resulta tan difícil, pero hasta ahora y en expresión terminológica histórica, somos unos federados de Estados Unidos, y, seguramente es la posición más sabia para mantener el statu quo actual. Aunque la ausencia de bilateralidad entre Estados Unidos y cada país que compone la Unión Europea es prácticamente imposible de evitar; lo más deseable para la buena marcha de la política europea es dificultarla al máximo.

El discurso de Bush en su investidura, ha sido visto con un notable recelo por gran parte de los medios de comunicación mundiales, resulta lógico que así sea, porque el personaje está, sin duda, ya en la historia y todos sabemos cómo se las gasta. Las apelaciones a la libertad y a la necesidad sentida y explicitada de convertir Estados Unidos en el libertador mundial, no es nada novedosa, cualquier imperio que se precie, la ha utilizado. Los norteamericanos mucho y con mucha frecuencia, es cierto que en ocasiones, su acción respondió a la verdad, y tanto en la I Guerra Mundial y sobre todo en la segunda, liberaron a Europa del horror nazi y fascista, y esto los europeos no debemos olvidarlo nunca. Decisivo fue, también, su comportamiento para conservar las libertades durante el largo periodo que duró la guerra fría. Pero junto a este activo de lucha por la libertad, hay que oponer un tremendo pasivo, que va desde la tolerancia, por decirlo de una manera suave, con muchas dictaduras, las sudamericanas, entre otras, al terrible error de la Guerra de Irak.

El sentirse o no sentirse tranquilo con Bush, es una opción personal, que tan solo podemos permitirnos los ciudadanos de a pie. Seguramente la mayoría de los que nos sentimos francamente intranquilos deseamos equivocarnos, y el miedo, por no decir, pánico, de extender la guerra en Oriente Medio, para acabar de dominar esta zona tan sensible y estratégica del mundo, que para mayor complicación aún tiene abundante petróleo.

Ninguna Pax impuesta por un imperio ha sido un jardín florido, pero se echa de menos una Pax norteamericana, que sea la antesala de un orden internacional más justo, al que la humanidad llega por haber alcanzado unos niveles éticos suficientes. El camino será largo, pero hay que empezarlo.

*Ingeniero y director general de

Desarrollo Rural del MAPA