WEwl rastro del huracán Katrina en el sur de Estados Unidos muestra, a un mundo atónito, una falta de previsión y una incompetencia en los servicios de rescate que no se esperaba de la primera potencia mundial. Por supuesto, ningún país está a resguardo de sufrir una tragedia humana tras un desastre natural de la magnitud de éste. Y la anarquía de Nueva Orleans, además de una mala gestión de las autoridades, ha hecho emerger algo más profundo: las consecuencias de un modelo de sociedad que no garantiza la ayuda a los que quedan atrás.

Sin embargo, el Gobierno de George Bush no podrá evitar que caiga encima suyo el descrédito por no haber sido capaz, cinco días después del paso del huracán, de rescatar a decenas de miles de personas a las que se acogió en lugares inadecuados, de proveerles de agua, alimentos y atenciones médicas y de impedir que imperen el caos y la violencia. El presidente ha tenido que flanquearse de sus dos antecesores de prestigio, Bill Clinton y Bush padre , para que le ayuden a canalizar la compasión y la solidaridad. Pero ha quedado retratado con sus confusas explicaciones y por su retraso en dar la cara y en movilizar a unas Fuerzas Armadas disminuidas por la ocupación de Irak, pese a que Busch no haya querido reconocerlo.