WLw a dimisión de Karl Rove, valido y estratega de George Bush, confirma el deterioro irreversible y la deriva liquidadora de la administración republicana a 15 meses de las elecciones presidenciales. Antes de que sea demasiado tarde, salvado del escrutinio de la justicia por el privilegio presidencial, la eminencia gris de la Casa Blanca, abrumada por el ocaso de un presidente en libertad vigilada, abandona el barco a la espera de que amaine el temporal. Rove pasará a la historia como el hombre que hizo presidente a Bush por los pelos en el 2000, a pesar de la reconocida mediocridad del aspirante, y que logró su brillante reelección en el 2004, cuando realzó el papel de la derecha cristiana en vez de girar hacia el centro y las clases medias urbanas como preconizaba el aparato del partido. Ese dilema retorna a la batalla electoral estadounidense. La estrella de Rove palideció en noviembre del 2006, cuando el Partido Demócrata recuperó el control de las dos cámaras legislativas y la esperanza de acabar con la hegemonía republicana que se remonta a la presidencia de Reagan. No puede culparse a Rove del desastre de Irak, ya que el proyecto fue concebido por los neoconservadores en torno al vicepresidente Cheney y al jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld. Pero su figura inquietante se perfila tras dos teorías muy controvertidas: el trato indiscriminado y paralegal a los terroristas y la guerra preventiva, que tanto han influido en el descrédito de EEUU en el exterior. Lo que no sabemos aún es si el arquitecto de la fortuna de un político tan poco estimulante como Bush señala el comienzo de un viraje de la sociedad norteamericana hacia aguas menos turbulentas.