TAthora que ya hace más de un mes que acabaron las ruidosas y sangrientas Ferias de San Fermín, la de San Juan, las irresponsables "Bous a la mar" y las temporadas taurinas de casi todas las ciudades donde todavía se programan y permiten estos despropósitos festivos, será provechoso recordar algunos datos que nos da la Historia.

Las corridas de toros han sido, desde hace unos cientos de años, uno de los distintivos de la "cultura" española más criticados, denostados y rechazados dentro y fuera del país.

Universalmente --con muy contadas excepciones fuera de la propia España, incluso dentro; p.ej. en Cataluña-- se han considerado manifestaciones crueles, sangrientas, inútiles y peligrosas, en las que se sometía a tortura a un animal sin más objetivo que divertir a una masa de gentes exaltadas y excitadas, que buscaban en las corridas desahogar sus instintos y frustraciones. Pues no creemos que contemplar como muere un toro --por muy bravío y salvaje que parezca-- después de ser engañado, pinchado, desangrado y rematado, pueda causar placer o diversión a gentes que cuenten con cierto sentido de piedad.

Para los que sí debe ser una fiesta la "Fiesta" es para ganaderos, contratistas y toreros, que perciben crecidos estipendios, subvenciones y "ayudas bajo cuerda" cada vez que se programan distintas sesiones de la "Fiesta Nacional" en ferias y celebraciones concejiles. Programaciones a las que casi siempre hay que apoyar con dineros públicos, porque cada vez es menor la afluencia de "aficionados" o "turistas" que deseen presenciar estos ritos de sangre y sacrificio. Pero, en la atávica mentalidad oficial, forman parte de la "Marca España" y hay que darla resonancia y publicidad, con el dinero y los impuestos de todos los españoles; aunque no les gusten los toros.

Una "marca" inventada por los poderes fácticos y económicos que, por lo visto, hace de nuestra patria el país más rancio, desfasado, obsoleto y hasta un poco "friky"; pero que permite subvencionar exportaciones y manifestaciones --como esta de los toros-- aplicando descuentos y libranzas en el pago de los impuestos correspondientes.

Esta costumbre o espectáculo de "alancear toros" --si consideramos como prueba fehaciente la bonita estrofa de Moratín -- ya se practicaba en la Edad Media, a juzgar por lo que él escribe:

"Sobre un caballo alazanocubierto de galas y oro,pide licencia ufanopara alancear a un toroun caballero cristiano"En los festejos musulmanes que tenían lugar, según el poeta, en la medieval "Magerit"; aunque aún no contara con la Plaza de "Las Ventas", construida muchos siglos después, en estilo "mudéjar", como era de esperar.Lo que sí está ampliamente documentado es que la Reina Isabel I de Castilla prohibió este tipo de festejos en pueblos y aldeas, porque ensangrentaban las plazas mayores, disminuían los aprovechamientos ganaderos --pues morían en ellos varios toros y caballos-- y costaban la vida a algunos de sus jóvenes súbditos --los más valientes y esforzados-- que ya no podrían servir en las cruzadas contra la "morisma".Entre los reyes de la Casa de Austria --los Habsburgo, de ascendencia borgoñona-- hubo para todos los gustos. Los "Austrias Mayores": Carlos V y Felipe II no fueron amigos de esta sangrienta fiesta; pero sus sucesores en el Alcázar madrileño, sí que mandaron ampliar y acondicionar la Plaza Mayor de la Villa y Corte para que pudieran llevarse a cabo en ella festejos taurinos, procesiones sacramentales y los "Autos de Fe" de la Inquisición. Fiestas y celebraciones de muerte y penitencia --de animales, iconos o personas-- que los reyes presenciaban desde las tribunas y miradores que daban a la Plaza de la Casa de la Panadería, que era la que la presidía aquellas ceremonias.Los monarcas de la Casa de Borbón también rechazaron este tipo de celebraciones taurinas; incluso las prohibieron --como lo hizo Carlos III --; aunque Carlos IV las tolerara y admirara en los dibujos de Francisco de Goya y Fernando VII las convirtiera en la máxima expresión de la "cultura nacional", abriendo la Escuela de Tauromaquia, mientras ordenaba cerrar todas las Universidades Literarias.Desde ese momento, la "Fiesta Nacional" se convirtió en signo y emblema de una España caciquil, analfabeta, cruel y amarga. Condenada a desaparecer con la democracia y la cultura.