No encuentra consuelo posible el aficionado cacereño al baloncesto que ve cómo durante meses y meses la actualidad de su equipo está mucho más marcada por los problemas económicos que por las vicisitudes de lo que suceda en la cancha. En contraste con lo que sucede en Plasencia, la eterna tormenta por la que atraviesa el Cáceres --antes como sociedad anónima deportiva y ahora bajo el apellido de Destino Turístico-- genera una enorme desesperación en un entorno ya cansado por la falta de estabilidad. Directivos y empleados del club, pese a toda su buena voluntad, son los actores principales de un conflicto lleno de incumplimientos y proyectos sin culminar, de frustraciones dentro de una actividad que hace unos años revolucionó con su manto de optimismo e ilusión a una ciudad demasiado acostumbrada a lo gris. Ahora, con la crisis instalada permanentemente sin que nadie acierte a darle una solución global, se dan situaciones tan esperpénticas como la que no deja dormir a los dirigentes: ¿cómo es posible que ninguna entidad bancaria les adelante el dinero de una subvención municipal que está certificada? ¿Tanta desconfianza genera la canasta ya como para que no se dé un paso adelante que sería un respiro?