Cáceres se queda sin Extremúsika, el festival de rock que durante los últimos seis años ha sido una cita ineludible en el mes de abril para los amantes de esta música, tanto de España como de Portugal. Un desencuentro con el Ayuntamiento ha desembocado en la marcha del festival, el cual, al menos, se quedará con casi toda seguridad en la región.

Como es habitual en cualquier desenlace sin acuerdo, cada parte echa en cara a la otra la responsabilidad de la ruptura. Seguramente habrá que compartir culpas, aunque no será en igual medida. Un hecho es incuestionable: el ferial, el lugar de celebración del festival, no reúne, ni de lejos, las condiciones mínimas necesarias para albergar a los miles de asistentes al mismo. Las intensas lluvias del año pasado pusieron descarnadamente al descubierto esas carencias.

Este asunto muestra que el Ayuntamiento de Cáceres no dispone de una política clara en cuanto a que la ciudad sea la sede de citas musicales. Por un lado afirma, ante la queja del promotor de que no ha mejorado el ferial, de que se trata de una actividad privada que debe asumir sus propios riesgos; por otro, sin embargo, exhibe los festivales como un marchamo de experiencia en asuntos culturales y como pedigrí ante el reto de la Capitalidad. Es una incongruencia: si el Ayuntamiento quiere que se le conozca por sus festivales no debe tratar a sus organizadores displicentemente. Y si no está dispuesto a ofrecer instalaciones mínimamente adecuadas, que explique que la política cultural de la ciudad debe ir por otro lado. Pero que lo haga de modo que los vecinos sepan a qué atenerse.