Se extraña un amigo, por cuyos criterios tengo gran aprecio, de que muchos de quienes podemos no hayamos expresado en público nuestra opinión sobre el desbarajuste en que se encuentra el Ayuntamiento de Cáceres. Y no le falta razón. Pero no resulta fácil.

En primer lugar, y por lo que a quien suscribe respecta, porque para opinar sobre asunto tan vidrioso sin riesgo de resbalar conviene estar muy al tanto de los intríngulis que se dan en el mismo, el cual no es el caso. En segundo lugar, porque al hablar de una situación como la que vive el consistorio de la capital cacereña, formado por convecinos a los que se encuentra uno en la calle, hay que tener una pluma muy sutil que permita conjugar el respeto de orden personal a los responsables del caos que se ha producido con la crítica severa a quienes, como políticos que se ganan un sueldo por la actividad para la que han sido elegidos, han defraudado las expectativas de muchos de sus electores. Pero no es menos cierto, sin embargo, que quien calla otorga y que los ciudadanos tenemos la obligación de pronunciarnos sobre lo que nos atañe, de modo que los reparos que menciono han de quedar en un segundo plano.

Mi particular punto de vista es que quienes mejor política de derechas hacen --disculpen lo que es una perogrullada-- son los de derechas. El Partido Popular, en este caso, entre cuyos concejales en Cáceres, me consta, hay gente merecedora de toda consideración que no defraudaría a nadie con sus conductas. Porque, desde luego, algunas decisiones tomadas por el Ayuntamiento cacereño hubieran resultado menos sorprendentes si las hubiera adoptado un alcalde de dicho partido, el PP, que no alguien de un partido que aún mantiene en su nombre los calificativos de socialista y obrero.

Pensar que unos grandes almacenes, por ejemplo, van a hacer de nuestra ciudad una nueva Meca, que con su instalación los empleos van a surgir bajo las piedras, que todo van a ser oropeles y festines, nos hace pensar inevitablemente en el memorable Míster Marshall de Pepe Isbert y Manolo Morán ; como si el objetivo de una empresa como la de marras no fuera, por encima de todo, repartir el máximo beneficio entre sus accionistas. Pero aun así, incluso aceptando que unas monjas que todavía se denominan "de la caridad" tienen derecho a olvidarse una vez más de sus votos de pobreza y dar el pelotazo, lo de alterar planes urbanísticos buscando subterfugios y triquiñuelas legales para que el camello pase por el ojo de la aguja de la especulación urbanística, resulta, en mi opinión, un manifiesto fraude a quienes, con su voto, hicieron posible una corporación supuestamente de izquierdas. Propiciar, por citar otro asunto polémico, que un servicio público de capital importancia en una ciudad siga en manos privadas cuando podría ser de carácter municipal antes lo atribuiría uno a un partido fundado por Fraga Iribarne que a otro creado por Pablo Iglesias ...

Y, luego, están los gestos, que tanto delatan. Ese despacho de la alcaldesa, por ejemplo, plagado de símbolos que parecen sacados de la noche de los tiempos; esa reiteración por parte de la máxima autoridad municipal de comportamientos públicos que antes cabría atribuir a razones populistas que a las obligaciones de su cargo, asistiendo devotamente y en primera fila a manifestaciones confesionales mientras dice actuar en representación de todos los cacereños...

No conozco al señor Pavón ni pongo en duda la singularidad de su carácter, de la que tanto hablan los periódicos. Pero, sinceramente, no creo que sea el malo de la película. El malo, los malos de verdad, son quienes se olvidan de los supuestos en que dijeron sustentarse y, salvo en las siglas bajo las que se cobijan, no se distinguen en nada de quienes harían lo mismo que ellos sin necesidad de retorcer los argumentos y las justificaciones. Lo mínimo que puede exigírsele a un político es coherencia entre los principios que proclama y sus actos. Cuando esa coherencia no existe las consecuencias resultan antes o después (ahora o dentro de dos años, por ejemplo) inevitables.