Filólogo

Estás como una rosa, le dice Eudald Carbonel, el sabio de las excavaciones, a cada tibia o peroné que se encuentra en el caladero paleolítico de Santa Ana/Maltravieso. Luego se los lleva a casa, les lava la cara, les ficha y les hace hablar: fecha de enterramiento, profesión: cazadores, pastores, laboriosos; procedencia: arbóreos, esteparios, de la sabana; morfología: altura de la pelvis, longitud de los miembros superiores, colocación del cráneo, el omóplato, el codo, el esqueleto, los pies. Eudald está por nuestros huesos y por sacarle a la tierra de Santa Ana/Maltravieso la ficha genealógica de los extremeños, la llegada a estos parajes del abuelo y por aclarar la historia a los nietos y aunque la cosa es ardua, las dataciones de fósiles, la seriación de los útiles de piedra, los estudios geológicos, estratigráficos, radiométricos y otros métodos de palabras esdrújulas, conseguirá poner en limpio y documentar nuestra partida de nacimiento.

La excitación se nota en la calle: a la cueva de Santa Ana acuden los cacereños, hamtlenianos, con la pregunta, en la boca: ¿Quiénes somos, de dónde venimos, cuántos años tenemos, quiénes eran nuestros mayores, qué hacían? Los nacionalistas de la calle Calero, irreductibles, tienen sus conclusiones: ya está aquí el hecho diferencial, los fundamentos étnicos, los lazos históricos, las raíces, aquello que conforma nuestra idiosincrasia y nos identifica. ¿Y el rhesus? ¿Compartimos el rhesus positivo del mono, somos anteriores al mono invasor? Porque aquí la gente no se anda por las ramas ni con monerías.

La meta es el origen, dijo Karl Kraus, y parece una necesidad inscrita en el esqueleto del homínido. Ahora que la azada y la azuela han encontrado la veta, sería conveniente que la cosa continuara para poder leer esos archivos de un millón de años que hablan de nuestros lejanos orígenes, hoy tan cercanos.