TUtno llega a una cafetería y pide algo para tomar. Esta acción cotidiana, que experimentamos con frecuencia, nos conecta a los grados de libertad de los que habló valientemente Jesús Ibáñez , sociólogo. Si uno llega a una cafetería y, en lugar de poder pedir lo que desea o le apetece, es el camarero quien decide y le sirve lo que quiere, por ejemplo un vino, sin posibilidad por nuestra parte de queja, estaríamos hablando de un grado de libertad cero. No hay opción ni decisión, por tanto, simplemente imposición y aceptación sumisa. También puede suceder que uno llegue a una cafetería y el camarero le entregue la carta, y podamos elegir entre el conjunto de opciones la que más nos guste o en ese momento nos apetezca, un café, un té, una cerveza, un whisky, etcétera. Hay posibilidad de decidir entre una gama, dependiendo del establecimiento reducida o amplia, por lo que podríamos hablar de cierta libertad, de grado uno según Ibáñez. Lo más normal, a lo que estamos acostumbrados, es que uno entre a una cafetería y pueda no sólo decidir entre los productos de la carta, sino que además pueda crear nuevas opciones, es decir, por ejemplo pedir que le sirvan un café, cargado, con un poco de aguardiente y dos azucarillos, o un té con leche templada en vaso largo, o una clara con limón en jarra helada, o un whisky con Coca-cola y tres hielos; productos no estipulados como tal en la carta pero que el usuario crea, es decir, no sólo decide entre las opciones sino que las entremezcla, cruza y origina, dándose la situación de que incluso alguien pueda pedir, y le sirvan, un bocadillo de patatas fritas. En este tercer caso estamos ante un grado de libertad dos, pues nos da libertad de distinguir y no sólo de decidir. Pues trasladen el ejemplo a la vida política y social y a ver en qué cafetería vivimos todos los días.