El Real Madrid atraviesa por un mal momento deportivo. En la Liga, se encuentra a 15 puntos del Barça a día de hoy; está eliminado de la Copa; tiene inciertas perspectivas en la Liga de Campeones, y cuenta con una plantilla mal diseñada y peor reforzada en el mercado de invierno. Sin embargo, eso no es lo peor. Lo verdaderamente dramático es que el club se ha visto sumido en una profunda crisis social que ha terminado con la dimisión de su presidente, Ramón Calderón, que no ha podido sobrevivir al último de los escándalos que han jalonado su mandato. Por más que en su penosa despedida haya hecho referencia a la saña con la que sus enemigos le han perseguido, resulta evidente que Calderón no podía seguir ni un minuto más en el cargo --so pena de una irreversible erosión a la entidad-- después de que haya quedado en evidencia la manipulación de la asamblea de compromisarios de diciembre por el poco sutil procedimiento de favorecer la entrada a la reunión de personas que no tenían derecho a hacerlo. Por si fuera poco, Calderón mintió para salir del atolladero al tratar de endosar la responsabilidad a dos trabajadores del club. Vicente Boluda, miembro de la directiva, es ya el nuevo presidente y asume el compromiso de celebrar elecciones en verano. Con los antecedentes de tensiones en procesos electorales, incluido la última gresca del voto por correo, al club madrileño le queda un calvario hasta que haya un nuevo poder capaz de aportar estabilidad. La fugaz presidencia de Calderón, pese a la conquista de dos títulos de Liga --con entrenadores, por cierto, ya destituidos-- formará parte de la peor historia del club blanco.