TAtlgunos exponentes del mundo de los negocios se lamentan de cómo viene el calendario político español. Opinan que sería mejor que las elecciones generales cayeran dentro de pocos meses. Porque, dicen, un gobierno fresco sería más eficaz contra la crisis económica que el actual, quemado por un año terrible. Pero las cosas son como son y, a menos que haya sorpresas, es obligado asumir que las elecciones tendrán lugar dentro de dos años y medio.

Por debajo de la farsa de su discurso público, los partidos parten de ese dato. Lo demás cuenta poco. Y salvo que el Tribunal Constitucional sentencie algo inasumible sobre el Estatut, de que estalle una crisis financiera made in Spain o de que se produzca una explosión social, posibilidad que parece reducirse gracias a la creciente economía sumergida, tanto el PSOE como el PP seguirán orientando sus estrategias hacia el objetivo de ganar en el 2012. Desde este punto de vista, la situación política es estable, aunque lamentable hasta extremos inhabituales. Y eso confiere al Gobierno central el protagonismo en el manejo de la cosa pública. Para bien y para mal. Ahora no hay motivos sólidos para pedir un pacto de Estado entre el Ejecutivo y la oposición. No añadiría nada sustancial a la gestión de la crisis económica. Y además es imposible.

Así las cosas, lo prioritario para Zapatero es que el Parlamento le vote el presupuesto para el 2010. Sabido es que necesita de lo que hay a su izquierda en las Cortes para lograrlo. De ahí el sesgo progre que han sufrido sus declaraciones de las últimas semanas. Es muy posible que ese tono decaiga tras aprobarse las cuentas públicas. Hay que desear que no ocurra lo mismo con el flujo de dinero público que se destina a los que más sufren por la crisis. Porque eso, además de justo, es necesario. O sea, que habrá que esperar algunos meses hasta que sepamos qué quiere hacer el Gobierno. ¿Tendrá la voluntad política, la imaginación y la capacidad de convicción que se necesitan para fraguar un verdadero plan de reforma de la economía? Ojalá. Entre tanto, sólo cabe esperar que no siga metiendo la pata. O que la meta poco.