Profesor

En medio de la euforia de nuestra utópica Logse, hube de explicarles en la Uned a más de un centenar de aspirantes a profesores los principios inspiradores de la nueva ley. Yo era consciente de que en unos meses habían de pasar por una oposición que harían funcionarios docentes a no más de cuatro o cinco de ellos, añadiéndoseles una escasa docena como interinos laborales.

No era fácil hablar de su misión educativa por encima de la instructiva: formar ciudadanos solidarios, concienciados, generosos, desprendidos, respetuosos con el medio ambiente, con el medio social, dialogantes, inquietos, interesados en todo lo humanamente abarcable, justos, democráticos, creativos, íntegros, críticos, abiertos, relajados, amantes del saber... Decírselo a ellos, que estaban allí, tensos, angustiados, estresados, agotados, cargados de temor ante el futuro... ¡Oh, la enseñanza integradora, comprensiva, humanística, educadora, tan alejada de la bancaria : acumuladora, engullidora de lo que se les eche, memorística, plana!

¿Qué fallaba? Yo creo que el tren de aterrizaje. Nos posábamos en un suelo hostil desde un cielo de palomas. Ibamos a la dura realidad mercantilista de la vida desde los sueños utópicos del mutuo apoyo. ¿Qué calidad humana podríamos, podemos darle a la educación con esta tosca realidad que nos conforma, con la precariedad de los empleos existentes, con el legado de fatuidad, presuntuosa, ególatra y vacía, en que potencia el arrollador neololiberalismo su modelo de vida?

Sí, calidad, para los nuevos dueños --¡los de siempre!--, es eficacia personal, triunfo individual, utilidad material, descarnada competitividad arrasadora. Y el que quede en el camino, ¡a limpiar los wáteres de los que fueron más ágiles abriéndose paso a base de codazos! ¡Qué difícil implantar una educación concienciadora en un sistema marcado por el duro estilete del "sálvese quien pueda"! ¡Qué fácil cambiarla por esa "ley de calidad" que nos arrojan ahora!