WEw n el primer día de la conferencia internacional sobre el cambio climático, grupos ecologistas hicieron sonar miles de despertadores verdes con dos objetivos: conminar a los delegados a llevar a cabo el trabajo pendiente con celeridad y advertir al mundo de la inminencia de una catástrofe ambiental si no se pone remedio de manera urgente. El resultado final de la conferencia, preparatoria de la cumbre de Copenhague de diciembre, hace honor, sin embargo, a su título oficial: Conversaciones de Barcelona.

A instancias de la ONU se han reunido representantes de más de 180 estados para llevar a buen puerto el mandato de la conferencia que se celebró en el 2007 en Bali: llegar a un nuevo acuerdo vinculante para sustituir al Protocolo de Kioto. Desde este punto de vista, la reunión de Barcelona ha sido un fracaso, pues se ha limitado a un conjunto de conversaciones que no han logrado sentar las bases para que la cumbre danesa se desarrolle como un auténtico y potente compromiso de futuro.

Aun así, también es posible ver el vaso medio lleno. Es cierto que en Barcelona no se han conseguido los compromisos explícitos que muchos reclamaban y que todo se verá reducido, en Copenhague, a un pacto político de principios que solo significará, con suerte, una solemne declaración de buenas intenciones. Pero también lo es que, a pesar de la reticencia norteamericana a esclarecer qué porcentaje de reducción de emisión de CO2 está dispuesto Estados Unidos a asumir, la nueva política de la administración Obama parece más implicada en un tema que afecta de manera global al planeta. La complicada telaraña doméstica de intereses económicos y políticos no parece favorecer la imprescindible asunción de responsabilidades por parte de Estados Unidos, pero cualquier pacto que no cuente con ellos será papel mojado.

Por uno lado, los países pobres reclaman más ayuda en infraestructuras para no volver a ser las víctimas de un orden que ellos no han establecido. Por otro, las potencias emergentes son reacias a un control internacional. En medio, la UE, con su propuesta de reducción de entre un 20% y un 30% de gases invernadero, exhibe unidad y un compromiso cierto.

En esas estamos, mientras se aleja la cifra mágica del 40% para el 2020, una previsión científica que más que nunca es utópica, y más que nunca necesaria para que el cambio climático sea solo un aviso inquietante y no una terrible y devastadora realidad.