El giro a la izquierda que supone la victoria de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones celebradas el domingo en México, no solo las presidenciales, es una auténtica revolución en un país necesitado urgentemente de un cambio de rumbo que ponga fin a la corrupción, al narcotráfico, a la violencia y a la pobreza que empuja diariamente a miles de mexicanos a intentar el paso al vecino del norte, a EEUU, pese a las consecuencias. Que durante la campaña hayan sido asesinados más de 130 políticos indica el abismo en el que está sumido el país gobernado históricamente por la derecha del caciquil PRI y más brevemente, por el conservador PAN. López Obrador tiene ahora el difícil reto de no defraudar a una ciudadanía que ha visto un rayo de esperanza. Sin embargo, la tarea que tiene por delante es titánica. Combatir tanto el narcotráfico como la corrupción cuando sus tentáculos han llegado al corazón del Estado es muy complicado. Y no serán fáciles las relaciones con los EEUU de Trump. México está renegociando con su vecino el Tratado de Libre Comercio y su fracaso sería el hundimiento del país azteca. Ante este difícil panorama el recurso fácil al populismo sería un grave error que los mexicanos no merecen. Los meses que faltan hasta el 1 de diciembre en que López Obrador asumirá la presidencia serán decisivos para crear el clima necesario de distensión.