La derecha ha vuelto al poder en Chile. La novedad que ofrece el resultado de las elecciones del domingo es que lo ha hecho por la vía de las urnas. Se cierra así el ciclo político iniciado hace 20 años en el que ha dominado la Concertación, la amplia coalición progresista que condujo la transición chilena desde la dictadura de Pinochet hacia una democracia ejemplar. Este cambio de ciclo no es solo político. Es también generacional, y esta es una de las claves de la victoria del empresario Sebastián Piñera. Michelle Bachelet, la presidenta saliente, ha cumplido su mandato con unos altísimos índices de aprobación y deja el país en plena reactivación económica. Ambos datos deberían haber sido bazas que aseguraran el mantenimiento de la Concertación en el poder. Sin embargo, la repetición de las mismas caras y los mismos nombres, y la falta de gancho de Eduardo Frei, han actuado como un revulsivo en busca de nuevas opciones. Piñera es lo nuevo, solo que en la coalición que lidera el peso del partido identificado con el pinochetismo es muy superior al de su propia formación. En el pasado, el ganador demostró a carta cabal su posición contraria al dictador. La incógnita por desvelar ahora es la relación de fuerzas que configurará el Gobierno, si Piñera será capaz de domar a la derecha pura, dura y poco democrática que le ha aupado al poder. Que el candidato perdedor se desplazara a la sede electoral de Piñera para felicitarle o que este le pidiera a Bachelet su consejo y ayuda avalan la nueva convivencia política.