La campaña electoral más interesante de los últimos años ha comenzado con todos los frentes del debate político abiertos. A la economía, que había estado fuera del primer plano de la pelea ante la incontestable realidad de un ciclo económico benigno, se une un temario tan clásico como el que conforman la política antiterrorista, las relaciones Iglesia-Estado, los nuevos derechos civiles --paridad, bodas entre homosexuales, etcétera--, los planes de enseñanza, la presencia de tropas españolas en conflictos internacionales, el acceso a la vivienda y los recursos financieros para las autonomías.

Pero todo indica que la recién estrenada campaña no va a ser un resumen de la confrontación a la que hemos asistido en los últimos 4 años. El PP, hábil para establecer qué asuntos están sobre el tapete --para marcar la agenda-- parece haber olvidado algunas de sus máximas más atrabiliarias, como la de que "España se rompe", para entrar en un cuerpo a cuerpo más sutil que toma como punto de partida las dificultades económicas --reales o imaginarias, presentes o futuras-- que agobian a parte de la sociedad española. De ahí que el líder del PP, Mariano Rajoy, se presente ahora como el candidato en el que debe confiar el país para salir del bache y no como el azote del Gobierno, papel que, con más voluntad que acierto, ha representado desde el primer minuto de la legislatura.

Dos elementos dan a esta campaña un atractivo especial para la opinión pública. En primer lugar, lo incierto del resultado. Todas las encuestas, incluida la que hoy publica este diario, dan ganador al PSOE, pero con un margen tan estrecho que puede ser alterado por cualquier variable inesperada. El sistema electoral español, en el que se prima a las circunscripciones con menos electores, puede arrojar resultados muy diversos cuando se da la situación de empate técnico. Entra, por ejemplo, dentro de lo posible que un partido obtenga más votos y menos escaños en el Congreso, lo que abre la puerta a formar Gobierno al segundo partido en sufragios. Pero no conviene adelantar hipótesis, sobre todo porque también son tradicionales en nuestro sistema político los errores de las empresas demoscópicas a la hora de detectar fenómenos sociales profundos. Así, el CIS ha errado en muchos de sus pronósticos, pese a contar con excelentes profesionales y amplias muestras del censo.

El segundo factor que va a hacer esta campaña diferente será los dos debates entre los candidatos del PSOE y del PP, un hecho que no se producía desde hace 15 años, cuando Felipe González y José María Aznar confrontaron sus mensajes en dos cadenas de televisión. Los dos debates, los días 25 de febrero y 3 de marzo, tal vez no muevan en exceso la intención de voto, pero vistos hoy aparecen en el horizonte político como las dos citas que más pueden influir en el resultado final del 9 de marzo.

Los debates televisivos, que deberían quedar establecidos como una práctica habitual en nuestra democracia, tienen, sin embargo, el inconveniente de dejar al margen a las minorías. Es cierto que solo Zapatero y Rajoy tienen posibilidades de llegar a la Moncloa, pero también lo es que otros grupos tienen derecho a hacer llegar sus mensajes.

La encuesta que hoy publica EL PERIODICO EXTREMADURA sitúa a los socialistas 3,5 puntos por delante del PP, pero apunta a que la participación puede ser significativamente más baja que en el 2004, lo que al final podría inclinar la balanza del lado de Rajoy. Tal vez los debates y el tono general de la legislatura acabe por llevar a mucha gente a las urnas. Sería, aparte de opciones políticas, lo democráticamente más saludable.