Corre el frío por las calles a lomos de las panderetas y de las zambombas, en medio de ese griterío de los más pequeños que canturrean villancicos que hablan del misterio del Belén, de la inmensa paz de una noche, de los pastores, de las lavanderas, de un carpintero llamado José , de los Reyes Magos, y de un niño que nació hace ya dos mil siete años.

Ya estamos tocando, con la suavidad y las fibras de la pasión humana, el filo de la puerta navideña por donde se cuelan las felicitaciones, los dulces, el calor del hogar casero, los sueños, los juegos, el caminar de las sonrisas. Y, por encima de todo, ese puñado de ilusiones que marchan, raudas y veloces, por la vida en un tren al que todos esperamos de forma impaciente en la parada y al que todos queremos subir.

Suenan las campanas de la Navidad de Extremadura con ese tono y ese sabor que solo se escucha en estos días de belleza y de luz. Y su eco se extiende por la fisonomía de la tierra extremeña, repleta de humildad y esperanza en el progreso, de forma melancólica, como un beso de pasión que se deja arrastrar en medio de un torbellino de aire absorbido por el remolino de la mirada de la chiquillería.

Se escucha la radiografía de una inmensidad de bellezas que se pespuntean en el horizonte de Extremadura, siempre palpitante, de nuestras miradas y anhelos. Entonces se descubre el telón de la eternidad como un prisma de hermosura en todos y cada uno de nosotros y al que hay que dar paso entre esas sensaciones que guarda el arcón del alma.

XGALOPAN LOSx ciervecillos trotones por las montañas de nuestros campos de Extremadura. Y vuela la milana dejándose llevar por encima del sotobosque. Y juguetea el mirlo entre los aires de ese espectacular campo por donde les guía su propia inquietud. Y que se adorna y desparrama, como si fuera el misterio del Belén, por toda una inmensidad de pueblecillos extremeños, con el sabor de Monesterio, de Hergüijuela, de Carmonita, de Segura de Toro.

Pueblos donde se palpa una Navidad auténticamente extremeña con un latido que afloran en lo más profundo de las raíces de la tierra parda.

Pueblos extremeños con una hondura, en sus entrañas, de baúles del silencio y la soledad. Y donde los villancicos rebotan estos días, en los murmullos callejeros, en las tertulias, entre juegos, silencios, oraciones, recuerdos, añoranzas, estampas diversas y algarabías que heredaron las gentes de sus antepasados.

Pueblos en los que los hombres, las mujeres y los más pequeños, con esa fuerza que desprende lo más venerable, se agarran al pecho de la tierra madre extremeña, tocando la Navidad con la yema de los dedos, y sueltan los ojos, con anhelo, para que el adobe de la soledad migratoria no les lleve al rincón del olvido entre cántaros, pucheros, trébedes, carros, patios, arriates, huertas, alforjas, el recetario de la abuela, faldriqueras, sayales y miradores rasgados por la oscuridad.

Nieva de blanco en lo más alto de las cumbres, regatea el agua por el riachuelo, los pueblos y las aldeas de Extremadura, incrustadas en ese gigantesco Belén de la orografía regional, se expanden, pequeñitos y pletóricos, como un haz de luces en la noche del Misterio de Belén.

Corren los vinos para desengrasar las nostalgias y las festividades, se canta y se baila al ritmo del jolgorio que emana del bullicio colectivo, y se festejan unos días alegres y generosos, y de los que nadie, ni tan siquiera las propias piedras, se quisieran escapar.

Se escucha el quiquiriqueo lejano del gallo, la campanilla de la cabra que ramonea por los arbustos, la calada del pastor silboteando una jotilla, el rumor, callado y gigante, hermoso, de los pueblos.

Suena sin cesar la Navidad. Un tiempo con el que los niños saben soñar tan bien, entre fantasías, mientras pintarrajean y colorean las calles con sus vocecitas blancas, cometen todo tipo de travesuras y piensan qué quieren escribir en la carta a los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar , que ya salieron de su Palacio de Oriente y que el día cinco de enero desfilarán, con sus pajes, por todas las casas, cargados de regalos.

Llueven los deseos de paz y de felicidad para el próximo año, en medio de una nevada de sentimientos que solo puede ser realidad si todos los seres humanos somos capaces de darnos la mano.

Y mientras la Navidad va pasando en silencio, casi de puntillas, todos juntos miramos para continuar caminando por los senderos de la Nueva Extremadura de ahora para caminar en la paz el futuro.

*Periodista