Ya está aquí la Semana Santa y con ella los desplazamientos de miles de vehículos y el riesgo en la carretera, algo que nos recuerda por enésima vez una campaña promocional educativa de la Dirección General de Tráfico. Las 2.741 víctimas mortales que recogen las estadísticas en el año 2007 son más que suficientes --a pesar de la tendencia decreciente-- para insistir en la imperiosa necesidad de pararse a reflexionar unos minutos antes de emprender un viaje de largo recorrido, o quizás unos segundos antes de arrancar el vehículo y comenzar a andar.

A pesar de todas las medidas llevadas a cabo en los últimos años, tanto de tipo punitivo como de índole educativa, la experiencia demuestra que al final siempre se repite el mismo titular, o parecido, cuando se hace balance. El enfoque que este año se le ha dado a la campaña me parece acertado, sobre todo al considerar y otorgarle mayor protagonismo al aspecto humano. Digo que lo considero un acierto porque no hay nada más didáctico que a alguien le toque de cerca esto de los accidentes, que recuerde a amigos, conocidos y familiares, víctimas de un accidente, sobre sus secuelas, sobre sus consecuencias y sobre cómo le cambió la vida, o cómo sencillamente se la arrebató.

Otra cuestión que me ha preocupado siempre, y así lo he manifestado en alguna ocasión, es el exceso de confianza que solemos mostrar, y la falta de responsabilidad en los pequeños recorridos, y más concretamente cuando cogemos el vehículo dentro del casco urbano. Sólo tienen que darse una vuelta por los alrededores de los colegios, a primera y última hora, para por ejemplo observar la cantidad de menores que no cumplen las medidas protectoras. Por eso, de nada sirven las campañas si en el día a día, somos víctimas o quizás verdugos de la confianza, del descuido, de la tolerancia, bajando la guardia en exceso ante un asunto calificado ya como pandemia. La vida es hermosa y por eso merece la pena esforzarse, no sólo en disfrutarla, sino también en evitar perderla.

*Técnico en Desarrollo Rural