TEtspaña, ya lo he mencionado en otros artículos, es un país muy particular. Definir su sociología con rigor no es posible en pocas líneas, pero algunos apuntes son imprescindibles, de vez en cuando, para ayudar a comprender lo que nos ocurre. Somos una sociedad que yo llamo "de barra de bar", en la que todo el mundo opina de todo sin la menor prudencia y se siente capacitado para todo. Todo español encierra en sí mismo, al menos, al mejor entrenador posible para su equipo de fútbol, un Nobel de economía, un médico, un abogado, un presidente de Gobierno y un crítico de cine; y últimamente, un sumiller y un masterchef. Eso, por lo menos. Si se escuchan las conversaciones de las barras de los bares, uno no acaba de comprender por qué estamos tan mal, con tantos genios entre nosotros.

La realidad, nos guste o no, es diferente: una cosa es opinar, que es libre, y otra cosa es que esa opinión tenga valor en función de los conocimientos y argumentos de cada uno; y, por supuesto, no, no todo el mundo está capacitado para todo. Y para desempeñar funciones públicas, aún menos que para otras tareas. Una cosa es tener la aspiración legítima a ello y el derecho democrático correspondiente, y otra es estar capacitado. Otra singularidad de nuestro país es que no se cumplen las normas. Es quizá uno de los países de nuestro entorno con más leyes y normas de todo tipo, y seguramente donde más se incumplen. Además, todos lo sabemos y, de mejor o peor grado, lo asumimos y aceptamos.

Menciono estas dos características genuinamente españolas ante el periodo de selección de candidaturas que comienza este otoño, de cara a los procesos electorales previstos para 2015. Hablaré aquí de los procesos internos del PSOE, que son los que conozco de forma más directa, aunque casi todo sería aplicable al resto de partidos. Quienes llevamos años defendiendo cambios en los partidos para profundizar en su democratización siempre hemos dicho una cosa: que si al menos se cumplieran las normas ya existentes, sería un gran avance. Pero como estamos en España, pues no se cumplen.

XSI HABLAMOSx de candidaturas, el ejemplo es claro. La Normativa Reguladora de Cargos Públicos del PSOE establece en su artículo 22 --como desarrollo del artículo 72 de los Estatutos-- los principios en los que debería basarse la selección de candidaturas. Miren qué bien suena: igualdad de los afiliados para acceder a los cargos públicos; democracia paritaria; gradual renovación generacional; representatividad y proyección social; mérito y valoración del trabajo para que accedan las personas más capacitadas; evitar acumulación de cargos públicos. Qué bien, si se cumpliera.

Estas condiciones que, desde luego, muchos endureceríamos concretándolas, no son más que la aplicación del sentido común. Se trata de evitar, por poner un ejemplo, que alguien pretenda ser alcalde sin tener ninguna permeabilidad social en la ciudad, sin formación, sin tener ninguna experiencia profesional ni de gestión pública que aportar; sin nada, en fin, que la ciudadanía pueda valorar como mérito suficiente para votarle.

Y si se cumplieran las normas que los partidos se han dado, en este caso el PSOE, así sería. Pero como estamos en España y no se cumplen, se activa el segundo rasgo de españolidad: que todo el mundo se cree capaz de todo... ¡incluso de ser alcalde! Y entonces lo que prima no es el mérito ni la capacidad ni la proyección social, sino, simplemente, si se cuentan o no con los mecanismos dentro del partido para acceder a las candidaturas.

Y así llegamos a la incapacidad de las formaciones políticas clásicas para ofrecer a la ciudadanía candidaturas atractivas, a la endogamia permanente que les lleva a gestionar la miseria política con tal de que esa miseria les pertenezca a los que mandan. Mejor repartirnos entre cuatro las migajas que nos quedan, que permitir a otros que intenten un éxito mayor, pero sin nosotros. El colmo de la mediocridad. La frontera que linda con la decadencia irreversible.

Todo esto ha sido grave siempre, y por eso estamos donde estamos. Pero que después de la evolución social y política que hemos observado durante los últimos años se sigan manteniendo determinadas inercias, es sencillamente asombroso. Se acaban las herramientas de análisis para comprender tanta torpeza. Que vivimos en España, ya, pero no es consuelo, ni debería ser explicación suficiente.

Solo les diría a los partidos políticos una cosa que, por obvia, puede parecer insultante: si presentan candidaturas que no reúnan ni una sola razón por la que merezcan el voto, no las votaremos. Fácil, ¿verdad? Pues oigan, que no lo entienden.