La proyección de la película de Pedro Almodóvar La mala educación en la sesión inaugural del festival de Cannes ha supuesto un reconocimiento expreso del aprecio y la admiración que el público y la crítica de Francia sienten hacia el director manchego. Una altísima consideración que se ratifica y se amplía con cada nuevo trabajo del cineasta, y que alcanzó su mejor plasmación en el homenaje que el certamen, el más importante escaparate del cine mundial, le dedicó el miércoles. Contrasta esa reverencia con la frialdad con la que ha sido acogida en España la última película de Almodóvar , inspirada en su estancia juvenil en tierras extremeñas, y, en general, con el trato ambivalente que la prensa y las instituciones de este país dispensan a una de sus figuras más internacionalmente reconocidas. Es elocuente la cicatería que la Academia del cine español muestra hacia las películas del realizador, a las que suele negar sus premios mayores mientras en el extranjero no paran de recibir galardones. Es algo más que una simple cuestión de gustos. Podrá acertar más o menos, pero Almodóvar demuestra con cada una de sus obras que es un autor digno de ese nombre, un creador con un mundo propio y una mirada personal. Un artista que interroga a su sociedad. Y eso, a menudo, incomoda.