Eurodiputado y escritor

Otra oportunidad perdida. La reciente Cumbre de la UE que ha finalizado este fin de semana en Grecia ha abordado la cuestión de la inmigración de la manera más torpe y simple. Los Quince (ahora ya 25) han desperdiciado, una vez más, la oportunidad de introducir otro discurso, y lo que es más urgente, otras políticas en materia de inmigración que sean algo más que una, deseable pero insuficiente, política de control de fronteras. Tan demagógica como, lamentablemente, inútil.

Bossi, el líder nacionalista de La Liga y socio de Berlusconi caldeó el ambiente con sus cañonazos preventivos a toda aquella embarcación que no se detuviera como eficaz y legítimo método para los carabinieri en el cumplimiento de su misión. Blair ayudó con sus ingeniosos centros especiales de acogida para refugiados fuera de la Unión Europea, en el norte de Africa ". Y más cerca, en el terreno patrio chiruquero Pujol nos alertaba, en clave de alarma con su célebre frase "temo una Europa de viejecitos que beben cerveza cuidados por negros". Los tres reflejan las tres actitudes básicas con los que, en ausencia de políticas reales, parece que Europa quiere resolver el reto migratorio. A saber: la represión, el recorte de derechos y el rechazo de la sociedad multicultural. Reprimir los flujos, es decir las personas, parece a corto plazo, más visible y vendible para la opinión pública europea que atacar eficazmente las mafias y las redes de tráfico de personas que, entrelazadas con otros tráficos ilegales, penetran y corrompen los sistemas fronterizos gracias al negocio de facto de lo irregular, siempre más rentable que lo regularizado.

La represión centrada en la frontera sur, casualmente, y en las comunidades árabes y musulmanas en el interior es la fórmula cínica por la que parecen apostar la mayoría de nuestros dirigentes.

Recortar el derecho a la libre circulación de las personas, y en particular el derecho internacional del asilo y el deber moral y legal por parte de los gobiernos de ofrecerlo y garantizarlo es una de las peligrosísimas consecuencias de una política europea regresiva en su conjunto que en la cumbre de Sevilla, y bajo la indolente y acomodada presidencia española, se instaló en el seno de la UE. No es posible mantener la tesis autista que dice que podremos contener a los pobres.

Lo que es seguro que no podremos contener las consecuencias de la pobreza extrema, miseria sin fronteras, que afectará en forma de cambio climático, o en inseguridad extremista, desbordando las acomodadas fronteras de nuestros adosados, ridículos parapetos para lo que se avecina si no corregimos. Lo que es seguro es que el flujo de los que huyen de la miseria, del horror tiránico de hombres, leyes o regímenes, no es contenible ni por mares, ni por vallas.

Rechazar lo necesario, lo conveniente, lo urgente, que no es otra cosa que la recuperación de nuestras estériles sociedades con el enriquecimiento de lo nuevo y de lo diverso es la caduca política del avestruz. Miedo al futuro. Miedo al yerno negro o a la enfermera árabe. Miedo a lo multicultural.

En España, el número de inmigrantes --1,3 millones documentados y seguramente medio millón de irregulares-- está todavía lejos de la media europea, pero, gracias a ellos, nuestra tasa de natalidad (y con ella nuestras pensiones futuras) aumenta el promedio de hijos por mujer fértil del 1,24 al 1,26. Lejos todavía de la tasa necesaria de reposición de los 2,1 hijos por mujer para garantizar nuestro sistema de bienestar pero subiendo e invirtiendo la tendencia negativa por cuarto año consecutivo.

España debería, por situación geográfica, por interés y necesidad liderar otra política europea respecto a la inmigración que no se basara únicamente en el control de fronteras.

Pero no sólo es urgente por los reales beneficios a corto y medio plazo en nuestra renta colectiva o en el equilibrio presupuestario, sino que también es urgente desde el convencimiento profundo de que sólo una política activa de fomento de la diversidad cultural y de la riqueza que nos aporta, puede revitalizar a la profundamente excluyente sociedad española, además de rejuvenecerla, garantizando un contrato de ciudadanía, con derecho al voto ya en municipales y autonómicas, como el mejor antídoto a la xenofobia y a la discriminación.