TNto, no me refiero al político malagueño, Cánovas del Castillo, sino al "parque de Cánovas", lleno de árboles y rosales, palomas ausentes y gorriones, a la tarde. Espina dorsal de Cáceres, algo entrañable que gozamos, pero en lo que no reparamos. Por eso, ahora, lo vamos a hacer, después de haberlo visitado tantas veces. Es como un gran salón, donde todos se reúnen para la charla distendida y jugosa, y donde se avistan, cada mañana, muchos jubilados, contándose las mil batallas de su pasado nostálgico.

Cánovas, lugar de encuentro, jardín y parque, en que un niño aprieta el cuello de una oca, se alza una tribuna para el jurista Muñoz Chaves, se enciende el chorro de una fuente y emerge un pedestal, desde donde un poeta de bronce dice sus versos de El ama. Recoleto y popular, castizo y señorial, pulmón para el estío y corazón que no deja de latir.

Cánovas, paquebote de lujo, varado entre árboles abrazados por los rosales en primavera, con bancos donde se arrullan las parejas y la banda municipal divierte al público, en días de fiesta. Parada y paso obligados, y escenario para casetas de feria, o quioscos con helados en verano.

Cánovas, metáfora y maceta de viento, vergel y cita para la confidencia y el sosiego.

*Doctor en Historia