Historiador

Cuando ya parecía totalmente olvidado, el movimiento de los cantautores revolucionarios de los años sesenta-setenta adquiere cierto protagonismo, tal vez nostálgico, en este país convulsionado por la injusta guerra de Irak. Y así, volvemos tímidamente a oír a Víctor Jara, a Mercedes Sosa o a nuestros Raimon, Labordeta, Pi de la Serra, Elisa Serna, Paco Ibáñez, Luis Pastor o Pablo Guerrero, entre otros muchos. A veces, con ellos, comprobamos que el tiempo ha pasado irremisiblemente o que muchas utopías se nos quedaron colgadas del alero, sin que podamos en modo alguno no ya sólo alcanzarlas sino ni siquiera pensar en conseguirlas.

Pero en cualquier caso, nos queda la capacidad para soñar y podemos reafirmarnos en que el espíritu rebelde y soñador nos queda ahí, cercano al corazón, y que calienta nuestros profundos sentimientos, dándole fuerza a la lucha a que hemos de enfrentarnos cada día hasta por las cosas más pequeñas.

La derecha sigue sacando pecho e incluso sigue sonriendo ante nuestra persistencia en los orígenes de los primeros tiempos. Pero ellos, por mucho que se enjuaguen en los negocios que han ido montando con su poder y su torticería, por mucho que sigan engrosando la cartera, nunca podrán gozar con la ilusión que a los que estamos enfrente nos enriquece, con la renovación de nuestros sueños. Están, como decían los poetas revolucionarios guatemaltecos de los años sesenta, condenados a padecer hambre de amor, condenados a no emocionarse con la hermandad y la solidaridad de los hombres de buena voluntad. Lo suyo es lo mezquino y nunca entenderán a nuestros cantautores que ahora, aunque levemente, volvemos a oír, como si el tiempo no hubiera pasado por nosotros.