Caminas por la calle tranquilamente, disfrutando de esta primavera adelantada en la que las mimosas revientan ya de amarillo, y procuras comportarte como un buen ciudadano. Esquivas como puedes a los viandantes que hablan a voces por sus móviles sin mirar por dónde van, cedes la acera a las embarazadas y a los ancianitos (pensando, en este caso, que así haces más probable que en un futuro cercano te la cedan a ti), sientes la tentación de llevarte la mano a tu inexistente sombrero cuando te cruzas con una dama amiga y, finalmente, te paras en seco ante un semáforo en rojo que prohíbe el paso a los peatones. De pronto, una furgoneta multicolor, cuyo avance también impide el semáforo, pues el funcionamiento de estos artilugios en Cáceres es realmente cosa incomprensible, se detiene enfrente de ti, justo al ladito de tus oídos. Y de repente, como si hubiera estallado una bomba, de sus inmensos altavoces empiezan a surgir unos estruendosos anuncios comerciales de dudoso gusto, penosa sintaxis y sonido ensordecedor que te agraden de forma brutal, con alevosía.

Estás indefenso. No puedes cruzar, no puedes taponarte los oídos, has de enterarte de dónde ponen no sabes qué tapas, de dónde venden no sabes qué mejores vehículos de ocasión... ¿Es posible, te preguntas, que por incívica que sea la actitud del joven grafitero que ensucia una pared, al menos éste sepa que si le pillan va a sufrir las consecuencias, mientras que estos otros ensuciadores del ambiente no sólo ganarán con su agresión a los ciudadanos una buena pasta, sino que lo harán con todos los parabienes oficiales. ¿Es esto civismo, cultura? ¿Se ampliará la plantilla de altavoces rodantes, que ahora también se dejan oír de noche, cuando estás en tu casa leyendo tranquilamente o descansando a la hora que libérrimamente hayas decidido, se ampliará la plantilla, te dices, si la ciudad llegase a esa capitalidad cultural a la que aspira? ¿Alegarán nuestras autoridades semejantes méritos ante la oportuna comisión designadora?

*Profesor